Colombiacheck

Los páramos de Colombia están enfermos. La principal especie de ese ecosistema está siendo afectada y su población disminuida. La crisis climática parece ser la responsable.

Diciembre de 2020

Once años han pasado desde que la ecóloga María Mercedes Medina encontró una gran población de frailejones en el páramo de Chingaza con graves afectaciones. Tenían mordiscos, deformaciones y entorchamiento en las hojas, además de pudrición en los tallos. Medina llevaba más de una década trabajando con frailejones y nunca había visto algo así.

La situación llamó su atención y ese mismo día de marzo de 2009, en la microcuenca Calostros, realizó con José Ville un levantamiento poligonal de 376.000 metros cuadrados en el área que contenía los frailejones afectados para evaluar el daño (algo así como el área de Centro Mayor, el centro comercial más grande de Bogotá). Luego de ocho meses el área de frailejones afectados pasó a 2’247.600 metros cuadrados (un área similar a la localidad de La Candelaria); un aumento de casi 600 por ciento. Muchos de los individuos que había visto con daños en marzo ya estaban muertos para noviembre. “Era muy rápida la extensión de la afectación en esa quebrada, teniendo en cuenta la tasa de crecimiento de los frailejones, que va de uno a cuatro centímetros al año dependiendo de la especie”, señala Medina.

El páramo de Chingaza está ubicado en la Cordillera Oriental de Los Andes, al noroeste de Bogotá. Aunque en 1977 fue elevado a Parque Nacional Natural y actualmente está protegido por este sistema, no toda el área del páramo es parque nacional. Sus zonas aledañas, e incluso el ingreso al mismo, están habitadas por familias campesinas dedicadas a actividades agropecuarias que ejercen presión sobre el territorio perteneciente a 11 municipios de Cundinamarca y Meta. En más de uno de los sectores del parque, que tiene una extensión de 766 kilómetros cuadrados, además de ciervos, osos y pavas, es posible encontrar, y con mucha facilidad, vacas pastoreando a 3.000 metros sobre el nivel del mar.

Los frailejones son las especies de plantas más representativas de este territorio y en general de los páramos de los Andes del norte. Hacen parte, además, de los principales responsables en la captación y regulación del agua que consumen otras especies, como los seres humanos. A través de los “vellos” que tienen en sus hojas capturan el agua de la lluvia y del aire, la almacenan en su cuerpo y posteriormente la liberan a la tierra a través de sus raíces. Habitan los páramos, ecosistema con una representatividad espacial del 2,6 por ciento de la superficie de Colombia, responden a la demanda del 70 por ciento del agua para el consumo de los habitantes y la productividad de las ciudades andinas del país.

Las visitas a la microcuenca Calostros, que nace dentro del Parque Nacional Natural Chingaza y desemboca justo en el río Blanco, a la altura del centro poblado Mundo Nuevo, en el municipio de La Calera, continuaron. Medina y su equipo encontraron en los frailejones larvas en las hojas jóvenes centrales de la roseta, escarabajos perforando la base de la roseta en la noche y hongos causantes de la rápida pudrición de muchos individuos. Pero su sorpresa y preocupación aumentaba al ver que cada vez eran más los frailejones que resultaban “enfermos”. ¿Qué les estaba pasando?

Un ecosistema frágil

El páramo es uno de los 91 ecosistemas que hacen parte del territorio colombiano. En un sentido amplio, se encuentra en todos los continentes dentro de la franja intertropical. Y en América, está presente desde Costa Rica, hasta el norte del Perú.

En la pirámide de pisos térmicos, está ubicado entre los glaciares y el bosque altoandino, entre los 3.000 y los 3.800 metros de elevación. Es un territorio frío, húmedo, lluvioso y, en ocasiones, lleno de neblina. Habitado por especies que han podido adaptarse a bajas temperaturas con fuertes variaciones entre el día y la noche, los suelos húmedos y pobres de nutrientes y los altos niveles de radiación solar. Aún así, están catalogados como los ecosistemas de alta montaña más biodiversos del mundo.

Colombia cuenta con 37 páramos que integran el 50 por ciento del área total de estos ecosistemas en el mundo, lo que lo convierte en el país que posee la mayor superficie de este bioma. Y, como se mencionaba antes, la importancia de los páramos en términos de abastecimiento de agua para los colombianos, es fundamental. Solo para dar otra cifra, Carlos Enrique Sarmiento, Jessica Zapata y Margarita Nieto, investigadores del Instituto Alexander von Humboldt, estimaron que “16 de las grandes ciudades del país y cerca de 17 millones de personas (el 35 % de la población nacional); además de 73 hidroeléctricas y 173 distritos de riego (para cultivos de papa, cebolla, hortalizas, café y arroz, especialmente)” se verían favorecidos por los páramos.

El páramo de Belmira proporciona más del 65 por ciento del agua que abastece a Medellín; el de Chingaza, el 70 por ciento del agua que consumen los bogotanos y 11 municipios del departamento de Cundinamarca, y el de Guerrero a toda Zipaquirá y un millón de habitantes de Bogotá.

Colombia es única en frailejones. De las 144 especies que se han registrado, hay 88 en el país; 75 de ellas endémicas (es decir que no se encuentran en otro lugar del mundo). Es el país más diverso en frailejones.

Esta subtribu de plantas cumple una función clave en el sostenimiento del ecosistema de páramo y en la prestación de servicios ecosistémicos; contribuyen a la regulación del recurso hídrico en el páramo, acumulando agua en sus tejidos y previniendo la erosión del suelo.

Todas estas son las razones de la preocupación de María Mercedes Medina. Frailejones con daños y que mueren rápidamente representan un riesgo para la supervivencia de los páramos. Y sin páramos, claramente hay riesgos también para los seres que dependen de ellos. “Nadie produce nada sin agua”, dice la investigadora y ecóloga con maestría en gestión y conservación de la biodiversidad en los trópicos, “y si los páramos están afectados o se afecta su capacidad de regulación por condiciones de degradación, pues por supuesto se va a haber afectada la disponibilidad de agua para el país, para las actividades productivas y la economía”.

Pero, además, porque tanto los páramos como los frailejones son claves en la mitigación de la crisis climática, ayudan a la captura de carbono, regulan el proceso de calentamiento global y desde hace tiempo están en grave riesgo. Precisamente por cuenta de la crisis climática.

En el Congreso Mundial de Páramos de 2002 se señaló que los páramos son un ecosistema muy frágil debido a que la flora y fauna que los compone presenta adaptaciones particulares a las condiciones extremas del mismo. Los cambios de dichas condiciones, y más aún de forma abrupta, podrían reducir la franja de páramo por el aumento de la temperatura.

Esto sumado a la ampliación de la frontera agrícola y pecuaria, la minería, la cacería y la ocupación legal. Amenazas presentes para los páramos desde hace décadas en Colombia, que han llevado a que el Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible incluyera cinco especies de frailejones (del género Espeletia) en alguna categoría de amenaza.

La crisis climática es, además, la hipótesis más probable de la afectación de los frailejones en el programa que creó y lidera Medina. Y un tema que apostamos por investigar en Colombiacheck por las consecuencias, directas e indirectas, que representa para el país.

Luego de los hallazgos de larvas, escarabajos y hongos que se alimentan del frailejón, Medina buscó otras personas que pudieran ayudarle a resolver el enigma; especialistas en insectos y hongos que tuvieran conocimientos detallados sobre las especies que había encontrado. Y ahí fue donde empezó todo, con la conformación oficial del Programa Nacional para la Evaluación del Estado y Afectación de los frailejones en los páramos de Andes del Norte en 2011.

Una nueva especie para la ciencia

“Cuando los frailejones mueren ‘de forma natural’, se caen. Pero cuando son atacados por la herbivoría, se secan y mueren en pie”, cuenta Amanda Varela, bióloga y microbióloga, docente, especialista en hongos de la Pontificia Universidad Javeriana y coordinadora del Comité Científico del programa.

Varela fue la primera persona que contactó Medina para estudiar la afectación en los frailejones. Y en una reciente visita al parque Chingaza, explicó uno de los síntomas que demuestran la afectación en los frailejones: “Perforación en las hojas o una parte de la hoja completamente comida”, esto es lo que llama herbivoría.

Las hojas de los frailejones van creciendo en “roseta”; del centro hacia afuera. Y en el centro (donde salen las hojas nuevas) son puestos los huevos de una polilla que al convertirse en larvas se alimentan de las hojas más tiernas del frailejón; las hojas centrales, las “nuevas”. “El síntoma más claro es cuando están mordidas las hojas centrales del frailejón, porque eso es lo que generalmente come la polilla”, dice Varela.

Luz Stella Fuentes, directora del Centro de Biosistemas de la Universidad Jorge Tadeo Lozano y miembro del Comité Científico del programa, analizó las larvas que encontró Medina en Chingaza.

En un comienzo, según cuenta Medina, “la hipótesis que teníamos es que la larva que encontramos era de la polilla guatemalteca de la papa, y que había sido un daño provocado por la cercanía de los cultivos de papa a los páramos”, pues dentro del ecosistema habitan poblaciones campesinas. “Pero esa hipótesis se descartó rápidamente porque la afectación no solo se da en páramos intervenidos, sino también en páramos no intervenidos”, señala.

De hecho, después de hacer varios análisis, investigaciones y descartar otras poblaciones de insectos, Fuentes encontró que la larva de la polilla no había sido identificada en el medio científico. Y en 2014, el programa reportó una nueva especie para la ciencia: la polilla Oidaematophorus espeletiae.

Ese primer gran logro del programa, sin embargo, significó al mismo tiempo un reto. Pues el hecho de que no hubiese información alguna sobre la existencia de la polilla Oidaematophorus los puso ante un vacío tremendo de información: ¿De dónde salió?

“Nosotros tenemos dos hipótesis”, cuenta Fuentes. La primera: que la polilla viviera en el bosque altoandino y por el cambio de la temperatura en los páramos, que con el calentamiento global empezó a aumentar, haya subido al páramo y se encontrara con el frailejón, la población de mayor extensión en ese ecosistema. Y como la temperatura de los páramos baja tanto en las noches, la polilla posiblemente decidiera ubicar sus huevos en el centro del frailejón para protegerlos del frío. Según esta hipótesis, las larvas se habrían desarrollado y habrían comenzado a consumir la planta que las acogió.

La segunda hipótesis es que siempre hubieran estado allí, en el páramo, y que, nuevamente, por el calentamiento global, se hayan encontrado con mejores condiciones para reproducirse y aumentar su población hasta convertirse en lo que conocemos como una “plaga”.

De acuerdo con análisis realizados por el Instituto Nacional de Hidrología, Meteorología y Estudios Ambientales, Ideam, el aumento en la temperatura en zonas de gran elevación está produciendo un doble impacto en los páramos: la disminución de la precipitación y una tendencia al aumento en la temperatura máxima (asociada al día). La segunda, además, puede estar contribuyendo a una mayor evaporación del agua en los páramos.

“Yo estoy más inclinada a que siempre ha estado ahí en las plantas de frailejón. Y que aumentó su población debido a las condiciones climáticas un poco más calientes hoy en día”, dice Fuentes. Pero hasta el momento, no es más que una hipótesis.

Lo que saben es que las polillas han sido encontradas en otros páramos de Colombia, no solo en Chingaza, y no se tiene certeza aún si son la misma especie. Lo que sigue es evaluar en todos esos lugares donde ha sido reportada y qué está pasando con la población. “En cinco años deberíamos analizar nuevamente la población y ver cómo está la temperatura. Luego en diez años, cómo está la población; cómo está la temperatura. Y así. De esa manera se puede comprobar o confirmar si estas hipótesis que estamos formulando se asocian a lo que está ocurriendo”, afirma la directora del centro.

Pero además, “es necesario hacer evaluaciones en el tiempo para saber si el daño que causa el insecto, por incidencia y por severidad, se detiene en el tiempo, se autorregula, avanza o disminuye”, dice Fuentes. “O si se encuentran enemigos naturales, controladores de estos insectos que ayuden a regular la población de la polilla”.

La polilla causa un daño a los frailejones que los disminuye en su funcionamiento de fotosíntesís, captura y regulación de agua. Y posiblemente lo debilite para resistir los ataques de otros seres. Sin embargo, las investigaciones realizadas hasta el momento han logrado determinar que ella no es la responsable de la muerte de los frailejones.

El transportador

“Cuando María Mercedes Medina observó la afectación de los frailejones en Chingaza, en marzo de 2009, tomó unas muestras de unas hojas que parecían tener hongos. Observó que había un ‘gusano’ en la parte más joven de los frailejones, que se llama meristemo apical, y tomó una muestra de esos ‘gusanitos’”, cuenta Claudia Martínez, bióloga interesada en taxonomía de coleópteros. “También observó unos ‘cucarrones’ que le parecía que estaban comiéndose las hojas jóvenes de los frailejones”.

Medina llevó las muestras de hongos, “gusanos” y “cucarrones” a Amanda Varela, que en esa época era parte de la junta directiva de la Sociedad Colombiana de Entomología, Socolen (la entomología es el estudio científico de los insectos), al igual que Martínez, y le pidió que le ayudara a identificar a qué especies pertenecían.

El “gusanito” que mencionaba Martínez resultó ser la polilla que identificó Fuentes. Y los “cucarrones”, casualmente, eran escarabajos de una especie que Martínez había estudiado para su tesis de maestría. Lo que encontró Maria Mercedes fueron dos especies de escarabajos del género Dyscolus sp de la familia Carabidae.

Y lo que cuenta Martínez es que “la familia Carabidae, por literatura, es un grupo depredador”. Utilizan al frailejón comúnmente como un microhábitat, como zona de cacería y para encuentros sexuales, de los que resultan huevos que luego pueden poner en las hojas del frailejón o en el suelo. Pero no consumen el frailejón, “alcanzan a mordisquear los vellos de las hojas, pero debe ser un consumo complementario a su dieta básica de otros insectos”.

A diferencia de la pregunta con las polillas, de si llegaron o siempre han estado ahí, en el caso de los escarabajos se sabe que hacen parte de una familia que siempre ha habitado los páramos y ha hecho de los frailejones su hogar. De modo que estos insectos tampoco son los que terminan matando los frailejones. O al menos no directamente.

El perfecto “asesino”

Varela abre un frailejón muerto y en proceso de descomposición que encuentra en el suelo. Es una Espeletia grandiflora, la especie de frailejón que se encuentra en las zonas más paramunas de la cordillera oriental, que se caracteriza por tener hojas grandes y muy peludas, y que no alcanza gran altura en comparación con el Espeletia uribei, endémico de Chingaza.

La investigadora toma el frailejón por el tronco y comienza a cortarlo perpendicularmente por el tallo. Desprende una a una “las capas” que lo componen y que le dan la forma de roseta a sus hojas. Y a medida que va llegando al centro, Varela se encuentra con pequeños agujeros que traspasan una a una las capas: “Esos agujeros son hechos por los escarabajos”, afirma, y conforman las galerías que hacen para vivir dentro de la planta.

Para poder hacer esos agujeros los escarabajos necesitan servirse de otro ser: un hongo que transportan en su cuerpo que rompe la pared de la célula de la planta, la penetra, y consume los nutrientes de la célula hasta matarla. Hace eso con cada una de las células alrededor, de forma que luego el escarabajo pueda traspasar, colocar sus huevos y los gusanos que nacen de estos puedan alimentarse del tronco parcialmente descompuesto por el hongo, mientras este último se va diseminando por toda la planta, impidiendo su desarrollo.

“Inicialmente encontramos un hongo del género Colletotrichum sp, que está dentro de un grupo más grande de hongos que son los Ascomycota. Este Colletotrichum sp normalmente es un hongo que se sabe que ataca plantas”, cuenta Varela. “Posteriormente hicimos otros aislamientos y encontramos Fusarium que es otro hongo muy conocido en la sabana de Bogotá porque está en el suelo. Es un habitante normal del suelo, pero a raíz del establecimiento de cultivos de flores, principalmente bajo invernadero, se han disparado las poblaciones”.

En general, es un complejo de hongos los que se relacionan con los frailejones. En algunos casos, y dependiendo de la especie de frailejón, los hongos que encontraron ya hacían parte del ecosistema paramuno; lo que hacía suponer, según las investigadoras, que los hongos que estaban conviviendo con la planta eran los que generaban el ataque sobre la misma. Pero en otros, los hongos de las plantas sanas eran muy diferentes a los de las plantas con síntomas; es decir, provenían de fuera de la planta.

“Entonces al parecer no se puede generalizar de donde provienen los hongos. Probablemente están en el ambiente. Están en el suelo. Están en la planta. Y en la medida en que la planta se hace susceptible por el ataque de los herbívoros o por estas modificaciones del clima, los hongos aprovechan y empiezan a atacar a las plantas”, afirma Varela.

Los hallazgos realizados en el marco del programa, les han permitido establecer hasta ahora que no hay un patrón claro de ataque entre la polilla, el escarabajo y los hongos. No llegan a atacar los frailejones en un orden determinado y no siempre están presentes los tres. A veces solo hay uno, a veces solo dos y otras veces están los tres. “Lo que sí tenemos claro es que los hongos causan la muerte de las plantas en la mayoría de los casos”, afirma Varela.

La presencia de los hongos en los frailejones produce algunos de los síntomas que describió María Mercedes Medina en su primer hallazgo: deformación y entorchamiento de las hojas. Pero además produce la presencia de una pelusa negra en el reverso de las hojas (que termina por rodear la planta) y el amarillamiento de las hojas (que se mantienen verdes en estado sano).

Hay frailejones que resisten con más fuerza el ataque de los hongos. Pero igual que aquellos que definitivamente perecen, en el proceso sufren severas afectaciones que comprometen sus funciones.

En términos de agua, un estudio realizado en laboratorio y con algunas especies por el programa, encontraron que los frailejones dejan de retener el líquido en un 38 por ciento menos cuando tienen herbivoría y en un 9,3 por ciento menos cuando tienen entorchamiento. Y frente a su capacidad de interceptar agua de neblina, esta se reduce a un 37 por ciento menos con herbivoría y un 29 por ciento menos con entorchamiento.

No es una “pandemia”

“Cuando los frailejones comienzan a morir, las hojas se caen y solo quedan erectas las centrales”, dice Varela mientras señala un individuo que le sirve de ejemplo.

“A todos los sitios a los que hemos ido, hemos encontrado frailejones afectados con algunos de los síntomas y signos. Tal vez no presentan todos los síntomas, pero siempre están enfermos. No hay ningún sitio en el que todos estén completamente sanos”, señala la investigadora especialista en hongos.

Entre los páramos que han visitado y la información recibida de colegas, han logrado determinar que las afectaciones están presentes en al menos 10 páramos colombianos, y algunos otros de Venezuela y Ecuador.

Aún no es claro cuál es el patrón de dispersión de la “enfermedad”, porque en un espacio lleno de frailejones hay individuos sin un solo síntoma, junto a otros que a simple vista muestran más de uno. Incluso han intentado descubrirlo marcando puntos en un área y usando fórmulas matemáticas. Pero no, pareciera no existir.

“Si esto fuera una transmisión como un virus, que se pasa cuando uno está cerca.... debería haber áreas de enfermas y de no enfermos. Pero no existe eso. Todas las áreas tienen algún grado de frailejones enfermos y no sabemos por qué, a qué se debe esa distribución”, dice Varela, quien señala, con algo de frustración, que cada vez que se acercan a una respuesta, se encuentran con muchas más preguntas.

El futuro del programa

Once años han pasado desde que María Mercedes, Amanda, Luz Stella y Claudia, y muchísimos investigadores, organizaciones y entidades más que se han unido a lo largo del tiempo, arrancaron en su propósito de entender qué le estaba pasando a los frailejones. Por qué se estaban enfermando tanto y tan rápido. Qué les estaba causando la muerte.

Ya han encontrado muchas respuestas, pero les faltan muchísimas más, como determinar cuál es la solución para todo esto. Si los frailejones se van a adaptar a las alteraciones en el ambiente, si sobrevivirán solo los más resistentes, o si los páramos, como los conocemos hasta este momento, cambiarán.

En el medio hay otros asuntos, por supuesto. Como vincular de forma más efectiva, y con un compromiso serio de los gobiernos locales, a los pobladores aledaños que habitan los páramos. “Yo siempre he pensado que la conservación se hace con la gente. Es la gente la que conserva”, dice Medina. Pero también los humanos que no vivimos en el ecosistema y nos beneficiamos de él.

Otra pregunta pendiente es entender cómo afecta a otros animales y plantas el daño en los frailejones. Porque los borugos consumen el frailejón, las ranas lo utilizan como escondite y polillas y abejas lo polinizan. ¿Es posible que los otros animales que interactúan con los frailejones ayuden en el control de las “plagas”?, ¿o que por el contrario las transmitan a otras especies? Porque al menos algunos de los hongos de los frailejones han sido encontrados atacando una especie de helechos de páramo.

¿Cuánto tiempo falta para llegar a una respuesta definitiva a todas las preguntas pendientes?

“Esto podrían ser fácilmente 20 años si siguen las afectaciones”, responde Varela, “con la forma en que se desarrolla la investigación en Colombia, que no es continua, que no hay financiación todo el tiempo, que hay que estar buscando quien te apoya… Esto tarda tiempo. Por ejemplo, llevamos un año esperando para continuar porque no hemos conseguido la financiación. Si esto tuviera financiación disponible todo el tiempo, yo creo que en cuestión de cuatro o cinco años tendríamos un panorama completo”.

La crisis climática se entiende como “un cambio de clima atribuido directa o indirectamente a la actividad humana que altera la composición de la atmósfera mundial y que se suma a la variabilidad natural del clima observada durante períodos de tiempo comparables”, de acuerdo con la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático.

Dentro del “cambio climático” está el calentamiento global que da paso al derretimiento de los polos, pero también los excesos o ausencias de lluvias en territorios que no suelen tener esas características climáticas. En el caso colombiano, probablemente la mayor prueba del daño causado por la crisis climática se evidencia en los glaciares. De acuerdo con el Ideam, “entre la década de 1980 y el año 2017 se estableció una pérdida del área glaciar del 58 %”, y se estima que los glaciares pierden del 3 al 5 por ciento de su área glaciar por año.

Los páramos tropicales están en Costa Rica, Panamá (Talamanca), Venezuela, Colombia, Ecuador y Perú. Pero no en todos esos territorios hay frailejones. De hecho solo están presentes en Venezuela, Colombia y al norte de Ecuador, en el páramo El Ángel, con una sola especie. Colombia es el país con más especies de frailejones (88), seguido de Venezuela (68).

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