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Martes, 27 Diciembre 2022

Trino sobre Oreo y drogas revivió una imprecisa comparación que la prensa hizo viral en 2013

Por José Felipe Sarmiento

Un médico citó en Twitter que esas galletas activan “más neuronas que la cocaína o la morfina” con base en un viejo estudio que fue muy mediático pero nunca llegó a una publicación científica.

El médico Óscar Rosero (@endocrinorosero) criticó un anuncio radial de la marca de galletas Oreo y le reclamó al Gobierno regular la publicidad de ultraprocesados, en un trino del 10 de diciembre de 2022 en el que argumentó que la industria “nos lava el cerebro desde niños”. Luego, en un comentario a su propio mensaje, agregó lo siguiente:

“Un dato: ‘las Oreo estimulan muchas más neuronas que la cocaína o la morfina. Esto está en línea con los hallazgos de los experimentos conductuales anteriores y respalda la idea de que los alimentos con alto contenido de grasa y azúcar son adictivos’ ”.

A partir de este argumento de Rosero, quien es endocrinólogo e internista, se generó una discusión en Twitter sobre la rigurosidad de tal comparación, que fue retuiteada 383 veces y recibió 418 ‘me gusta’. Las galletas de la multinacional Nabisco incluso fueron tendencia de esa red social en Colombia, llegando al punto máximo de conversación en la mañana del 12 de diciembre, según la herramienta GetDayTrends.

Otros profesionales de la salud intervinieron en el debate.

Por ejemplo, la psicofarmacóloga Laura Nítola Pulido (@NitolaLP), docente de la Corporación Universitaria Iberoamericana, le dedicó todo un hilo a explicar, entre otras cosas, que “activar o inactivar las neuronas no me dice nada sobre qué tan adictiva es una sustancia”, que aún no existen las herramientas para un estudio así en humanos y que incluso en animales tendría dificultades. “Más que la cantidad de neuronas activas o inactivas, sería interesante preguntarse cuáles circuitos cerebrales están siendo activados”, planteó.

El nutricionista y microbiólogo Juan Camilo Mesa (@ElNutriDice), por su parte, señaló que “hace casi 10 años desmintieron lo de las Ore*os y la cocaína” (sic). Adjuntó un artículo publicado en la web del diario británico The Guardian en 2013 con el título en inglés: “¿Son las Oreo realmente tan adictivas como la cocaína?”, pregunta que se responde en el primer párrafo: “No, no lo son”.

El texto es una entrada de blog escrita por la psicóloga Dana Smith, experta en adicciones. Allí criticó un estudio de ese entonces en el que supuestamente se había concluído que las Oreo eran más adictivas que la cocaína con base en dos experimentos independientes en ratas, uno por cada producto, no en una prueba que permitiera compararlos entre sí, por lo que a la afirmación le habría faltado sustento.

Dada la trascendencia de la discusión, Colombiacheck decidió verificar el polémico trino de Rosero. Más, teniendo en cuenta que Colombia acaba de crear impuestos y una nueva norma de etiquetado con sellos de advertencia para comestibles ultraprocesados, debido a sus probados efectos nocivos para la salud que detallamos en agosto con el explicador “Bebidas azucaradas y ‘comida chatarra’ en la nueva reforma tributaria”.

En pocas palabras, el trino es cuestionable porque justamente se basa en esa vieja investigación que en realidad no prueba lo que él cita a partir de una nota de prensa y que nunca fue revisada por pares científicos para validar su publicación académica. Sí existe evidencia para sustentar la posible existencia de la adicción a la comida ‘chatarra’, pero su alcance aún es motivo de debate y, en todo caso, no deriva de esa investigación en particular.

Del estudio original a la prensa

Al buscar en Google el entrecomillado exacto que el endocrinólogo puso en su mensaje, no aparece ningún resultado que revele la referencia que usó. Con una consulta más flexible, sin comillas, los principales resultados son notas de diversos medios de comunicación como BBC, El País de España, Revista Semana y RT publicadas a mediados de octubre de 2013, en las que se reseñó el mismo estudio criticado por Smith, pero sin advertir las limitaciones metodológicas señaladas por ella.

No obstante, ninguno de estos textos contenía de forma literal lo que Rosero puso en Twitter. Por tanto, Colombiacheck tradujo y buscó referencias en inglés.

El primer resultado fue una noticia del medio estadounidense especializado en salud Medical News Today que data de la misma época que los anteriores y cubre justamente el mismo estudio sobre las galletas Oreo. La autora es Catherine Paddock, periodista científica graduada en física y doctora de la Escuela de Negocios de la Universidad de Manchester, quien escribió lo siguiente:

“They found Oreos stimulated many more neurons than cocaine or morphine. This is in line with the findings of the earlier behavioral experiments and supports the idea that the high-fat, high-sugar foods are addictive”.

En español:

“Encontraron que las Oreo estimulaban muchas más neuronas que la cocaína o la morfina. Esto está en línea con los hallazgos de los experimentos conductuales anteriores y apoya la idea de que las comidas altas en grasa y azúcar son adictivas”.

Esta parte del escrito coincide casi exactamente con lo que citó Rosero sin referencia. Por tanto, se puede deducir que el trino, en última instancia, se basa en la mediática investigación de 2013 que, según la prensa antes mencionada, fue liderada por el profesor Joseph Schroeder, director del Programa de Neurociencia del Connecticut College, en Estados Unidos.

Entre las 27 publicaciones científicas que el docente lista en su perfil de la red social de investigación ResearchGate desde mediados de los 90 hasta 2022, hay 10 relacionadas con la cocaína, sobre todo en la década de los 2000. Cinco de estas tratan su relación con receptores neuronales de opioides, como la morfina, y aparte hay una sola que se refiere a esta droga en particular. Sin embargo, no hay ninguna sobre comida de ningún tipo.

A pesar de su viralidad en el internet de hace nueve años, en Google Académico tampoco aparece ningún artículo científico suyo al respecto al consultar con las palabras clave “Schroeder Oreo cocaína adicción” en inglés y filtrar los resultados para 2013 y 2014.

Lo que sí se encuentra es un ejemplar digitalizado de la edición del periódico estudiantil de la mentada institución de Connecticut, The College Voice, que salió a circulación el 28 de octubre de 2013. El facsímil incluye un artículo titulado “Si le das una galleta a un ratón…” (p. 4), en el que se contrasta el trabajo del equipo investigador con la “sensacionalización” que hicieron los medios después.

Artículo sobre la investigación de las Oreo en el periódico estudiantil

Según esta publicación, el primer paso del proceso fue que condicionaron a un grupo de ratas en un laberinto a que, si estaban de un lado, les pondrían una inyección de solución salina como control y, del otro, la dosis sería de cocaína y morfina. Luego, al darles libertad de movimiento por el espacio, los roedores pasaban más tiempo en la zona que relacionaban con la droga. Habían desarrollado una preferencia.

Este experimento se imitó luego con otro grupo de ratas, pero cambiando la inyección de solución salina por pasteles de arroz y los psicoactivos, por un comestible alto en grasas y azúcares, rol para el que escogieron usar las Oreo, según le dijeron al periódico estudiantil, no solo por su popularidad sino sobre todo por cumplir con esas características. Las galletas ultraprocesadas fueron el estímulo predilecto de los animales en esta versión de la prueba.

La siguiente etapa consistió en observar los núcleos accumbens de los pequeños mamíferos. Esta es una parte del cerebro que participa en varias funciones de coordinación entre motivaciones, emociones y acciones, como la ejecución de conductas que dan placer o generan recompensas. Entre ellas está la alimentación, pero también es allí donde actúan muchas drogas que generan adicción.

En el estudio, compararon la activación que la morfina les producía en esa zona a las ratas que participaron en la primera prueba frente al efecto que tenían allí mismo las galletas en los roedores que estuvieron en la segunda. En estos últimos notaron mayor actividad.

“Los resultados son preliminares y sujetos a revisión científica adicional”, aclaró la universidad en el comunicado que algunos medios usaron como fuente, sin incluir esa frase en sus reportes. La nota aún está disponible en el sitio de la institución, pero con una nueva dirección.

Schroeder, que en esa época ya dirigía el programa de Neurociencia Comportamental, incluso se quejó en el periódico estudiantil por el tipo de cubrimiento que la prensa en general le había dado a la investigación. El artículo de The College Voice lo cita así:

“Estoy personalmente incómodo con cómo la historia ha sido mal interpretada por los medios y cómo la han usado para su efectismo. Hay algunos científicos que creen que el consumo incontrolado de comida, a pesar del conocimiento de que las que son altas en azúcar o grasa son malas para ti y pueden llevar a la obesidad, puede pensarse como una adicción. Es importante anotar que no estamos hablando de todo el mundo. Puede darse el caso de que algunas personas están predispuestas o tienen tendencia hacia el comportamiento adictivo, mientras que otras no tienen problema controlando su exposición a estímulos altamente agradables”.

Las notas periodísticas ni siquiera detallaron que la investigación fue ideada por una estudiante de pregrado en neurociencias y desarrollada con tres compañeras y el profesor Schroeder como asesor. Esto era un detalle importante porque, en Estados Unidos, la formación en los college está menos enfocada en la investigación que en las universidades.

En cambio, la prensa sí anunciaba, en línea con el comunicado, que el docente expondría los hallazgos en la reunión anual de la Sociedad de Neurociencia el 13 de noviembre de 2013 en San Diego, California. Tal cual lo hizo.

Su presentación se llamó “La expresión de c-Fos [una proteína indicadora de actividad neuronal] en el núcleo accumbens se correlaciona con la preferencia de lugar condicionada al consumo de cocaína, morfina y alimentos con alto contenido de grasas/azúcares”. En el sitio de Connecticut College, aparece el proyecto de investigación estudiantil con casi el mismo título, solo que antecedido por la pregunta: “¿Las Oreo son adictivas?”.

Por medio de Google Académico, Springer Link, RefSeek y otros buscadores similares, Colombiacheck no encontró ningún artículo en publicaciones científicas que estuviera basado en esa tesis. Según el periódico estudiantil, el equipo tampoco estaba interesado en darle continuidad al trabajo más allá de la conferencia en California.

Eso quiere decir, como explica la psicobióloga Marisol Lamprea Rodríguez, profesora de la Universidad Nacional de Colombia, que el experimento y la información que se hizo pública sobre él no tuvieron revisión por pares científicos, personas expertas que asesoran a los autores para validar su trabajo y precisar la forma en la que se presentan los resultados, con el objetivo de garantizar mayor calidad en las publicaciones. Que este proceso no se haya dado en este caso, dice la docente, “es lo más grave”.

De hecho, tampoco aparecen otras investigaciones en el campo que hayan citado sus resultados. Solo hay dos referencias en libros: una en un capítulo escrito por el diseñador Oliver Vodeb sobre “cómo la publicidad nos está vendiendo la comida como drogas” y otra en Dos semanas para un cerebro más joven, del psiquiatra Gary Small con la actriz y escritora Gigi Vorgan.

Lamprea incluso señala que no hay mucha novedad en lo que sucedió con las ratas en las pruebas descritas:

“Ese tipo de experimentos no dice mucho. Son muy buenos para la prensa y para cierto sector de la opinión que quiere manifestar su inconformidad con algunos productos que evidentemente tienen un altísimo contenido calórico, que está escrito hasta en los paquetes; pero es bastante tonto desde el punto de vista científico, porque el nucleo accumbens es una estructura que hace parte de un circuito dopaminérgico que está involucrado en casi todo lo que hacemos”.

Esto quiere decir que su actividad está ligada a la dopamina, un neurotransmisor que sí se asocia al placer pero también a otras funciones. La investigadora de la Nacional detalla que esta sustancia puede producirse en condiciones tan disímiles como tener a un animal estresado, ponerlo frente a una hembra en celo, asustarlo o darle concentrado. “Pensar que ese núcleo es solamente para las cosas adictivas es un punto de vista bastante limitado e inocente”, advierte.

La neuropsicóloga Ana María Romero también menciona que la actividad en el accumbens puede estar relacionada incluso con la risa, el miedo o el efecto placebo (la mejoría de un paciente por la creencia de que un tratamiento le hace bien aunque este, en sí mismo, no tenga ningún efecto concreto). No solo tiene que ver con el circuito de placer o recompensa que se asocia a los procesos adictivos.

Además, con respecto a esto último, indica que es necesario evaluar la actividad cerebral como un conjunto complejo y no como partes independientes de las demás. “Yo tengo que hacer un estudio mucho más juicioso y comenzar a mirar otras áreas a nivel cerebral, como la amígdala o la corteza prefrontal”, dice. En esto también coincide Lamprea, al enfatizar en que la noción de que el cerebro funciona “como un archivador” ya es obsoleta.

La docente explica que “los animales trabajan por obtener esas fuentes de sacarosa [azúcar] así estén saciados, así no tengan motivación alimenticia, porque somos golosos, tenemos la tendencia a almacenar, porque no sabemos cuándo va a volver a haber una promoción de estas”. La primera persona se debe a que esa evolución es común a humanos, roedores y muchos otros animales, ya que la preferencia por alimentos ricos en carbohidratos como fuente más rápida de energía es necesaria en un ambiente natural.

Por eso señala que el trabajo con las Oreo es más “una aproximación pedagógica y no un estudio como tal”. Sin embargo, califica como “desafortunado” y “tendencioso” que hayan decidido usar una marca comercial en particular.

“Alguien que fuera a hacer un estudio con animales no humanos tendría mucha dificultad comparando la cocaína, la morfina y las galletas Oreo, porque las dos primeras son inyectadas y la última es ingerida oralmente”, escribió la farmacóloga Nítola en su hilo mencionado al principio. Explicó que “alguien podría decir que la diferencia en activación se debe a que en un caso se está masticando y realizando movimientos y funciones corporales asociadas a la ingestión de comida, y no por la propiedad de recompensa de la galleta”.

Justamente esto es parte de las limitaciones de la referida investigación. “Una administración intravenosa llega al cerebro de forma casi inmediata y más concentrada, mientras que, cuando el consumo es por vía oral, el proceso digestión es diferente y hace que la sustancia tenga un proceso de absorción mucho más prolongado y el impacto neuronal no sean tan intempestivo”, explica Romero.

La neuropsicóloga agrega que a esto se le suma el hecho de que se trabajó con ratas. Al respecto, puntualiza que “uno tiene que tener cuidado cuando hace generalizaciones a los humanos ya que, efectivamente, los modelos animales son muy importantes y han ayudado mucho en el avance de la psicología comparada, pero no es lo mismo”.

Otro problema es que los autores, de acuerdo con Smith en The Guardian, “¡nunca compararon realmente la cocaína con las galletas!”. Además, la psicóloga advertía en el blog que la evidencia revisada y publicada que había disponible en esa época sobre comparaciones similares entre comestibles y drogas no era concluyente.

“La idea de que la comida chatarra puede crear tendencias similares a las de una adicción no es nueva y tampoco errónea. Pero las declaraciones que hace este estudio en particular sí lo son”, reclamaba en su crítica. Para Romero, “todo proceso de investigación es muy valioso pero yo, como investigadora, tengo que tener mucho cuidado con las afirmaciones que hago a partir de eso”.

Lamprea también concluye que “sencillamente, lo que están señalando es que un alimento rico en sacarosa produce una activación de ese sistema en el accumbens y eso está descrito hace muchísimo tiempo en la literatura”. Por eso el debate con relación a la adicción a estas comidas es más complejo que señalar cuánta actividad neuronal producen en comparación con drogas reconocidas.

El debate sobre la adicción a la comida

Desatada la polémica, Rosero se defendió en Twitter (1, 2, 3, 4) con enlaces y capturas de pantalla de otros contenidos. Uno es de información disponible en la web de la Organización Panamericana de la Salud, sobre los efectos negativos de los ultraprocesados para la salud infantil y la consecuente recomendación de la entidad de regular la publicidad de esos productos. Los otros corresponden a un par de artículos en revistas científicas.

Uno de estos es una contraposición de opiniones publicada en 2018 sobre la validez del concepto de “adicción a la comida” entre el neurocientífico Paul Fletcher, profesor de la Universidad de Cambridge, y el neurobiólogo Paul Kenny, director del Instituto de Descubrimiento de Medicamentos de la Escuela Icahn de Medicina de Mount Sinai, ambas instituciones basadas en Estados Unidos. El primero estaba en contra y el segundo, a favor.

Captura de pantalla de artículo de debate en revista científica sobre adicción a la comida que Rosero compartió

Fletcher planteaba que hacía falta evidencia para establecer la existencia de ese tipo de dependencia, pues las descripciones conductuales y neurológicas no cumplían del todo con las características propias de un abuso de sustancias o se acercaban más a las de trastornos de conducta alimentaria bien definidos previamente. Además, señalaba que esa idea estaba basada sobre todo en estudios aún no concluyentes; por ejemplo, justamente, con resultados afirmativos en ratas pero sin certezas sobre su extrapolación a humanos.

Para Kenny, en cambio, ya se había demostrado suficiente parecido entre la acción de algunos comestibles sobre el sistema nervioso y la conducta de las personas, con la que producen algunas drogas, como la nicotina del tabaco, los opioides o la cocaína; a pesar de que cada una tenga sus particularidades. Su argumentación se centraba en especial en pacientes con obesidad o sobrepeso, aunque aclaraba que este desorden no necesariamente podría afectar solo a esa población.

El otro artículo usado por Rosero para defender su trino es mucho más reciente, del 9 de noviembre de 2022. También etiquetado como “opinión y debate”, el ensayo se titula “Comidas altamente procesadas pueden ser consideradas sustancias adictivas con base en criterios científicos establecidos”. Fue escrito por la psicóloga clínica Ashley Gearhardt, profesora de la Universidad de Michigan, y la biopsicóloga Alexandra DiFeliceantonio, de la escuela de medicina Virginia Tech Carilion, también instituciones estadounidenses.

Las autoras evaluaron la capacidad adictiva de las comidas con carbohidratos refinados (como el azúcar o la harina blanca), grasas añadidas o ambas cosas, tomando como referencia cuatro aspectos que se han comprobado científicamente como consecuencias del tabaco, en particular de los cigarrillos industriales. Estos son el uso compulsivo, los efectos psicoactivos, el refuerzo del comportamiento y las ansias de consumo.

Para justificar este paralelo, partieron de que ambas industrias hacen productos complejos, baratos y de producción masiva con sustancias que pueden crear dependencia y aditivos para aumentar este efecto (como la sal en exceso o diferentes endulzantes). “Se necesita más evidencia sobre los componentes y propiedades exactas, pero su capacidad para entregar rápidamente altas dosis de carbohidratos refinados y/o grasa parecen claves en su potencial adictivo”, concluyen sobre los comestibles.

Gearhardt, además, es la principal creadora de la Escala Yale de Adicción a la Comida, su actualización y sus derivadas. Se trata de un instrumento de medición para diagnosticar esta condición, que se suele usar en estudios al respecto.

Al buscar estudios de los últimos dos años (1, 2) con los términos “comida ultra procesada adicción” en Google Académico, uno de los principales resultados también es una revisión de literatura de la misma investigadora junto con su colega Erica Schulte, docente de la Universidad Drexel, titulada “¿Es la comida adictiva? Una revisión de la ciencia”. La respuesta a la pregunta del encabezado, según las autoras, es afirmativa por lo menos para ciertos productos.

Captura de la primera página de la revisión de literatura sobre adicción a la comida de Gearhardt y Schulte

Así lo resumió Gearhardt en respuesta a un correo electrónico de Colombiacheck:

“Esencialmente, hay evidencia de que comidas ultraprocesadas altas en carbohidratos refinados y grasa añadida (como las Oreo) pueden generar niveles de respuesta dopaminérgica similares a los que producen la nicotina y el etanol [el alcohol de las bebidas embriagantes] y también pueden provocar indicadores comportamentales de adicción parecidos (por ejemplo, pérdida de control sobre el consumo, uso continuado a pesar de las consecuencias negativas, ansias intensas)”.

Entre otras cosas, el artículo reafirma ese paralelo y propone que la adicción a la comida debería ser incluida en el Manual Diagnóstico y Estadístico (DSM, por sus siglas en inglés) de la Asociación Estadounidense de Psiquiatría, específicamente como un trastorno relacionado con el uso de sustancias. Es la misma categoría donde hoy entran los problemas con el alcohol, la cafeína, el cannabis, los alucinógenos, los opiáceos, los estimulantes (como la cocaína) o el tabaco, entre otros.

Otro artículo de debate de febrero de 2021 sobre el concepto de “adicción a la comida”, pero entre Gearhardt y el psiquiatra Johannes Hebebrand, docente de la Universidad de Duisburg-Essen, Alemania, muestra que hay ciertos consensos. Estos son: sí hay formas de comer que se asemejan a una adicción, mecanismos asociados a la dependencia de sustancias también contribuyen a comer en exceso y a la obesidad (aunque esta no es sinónimo de adicción) y las prácticas de la industria son claves en ese fenómeno.

No obstante, también hay acuerdo en que se necesita más investigación para tener claridades. Al mismo tiempo, persisten las diferencias sobre la robustez de la evidencia para considerar adictivos los ultraprocesados y las formas de definir y clasificar ese tipo de dependencia, teniendo en cuenta que esto tiene implicaciones sociales.

La profesora Lamprea, por su parte, resalta que la postura sobre las adicciones en general ha cambiado bastante con el tiempo desde la clínica y la investigación. “El punto ya no es identificar elementos que puedan convertirse en adictivos. [...] Es agotador e inútil hacer un listado porque cualquier cosa lo puede ser. En lo que se ha centrado, más bien, es en la conducta del individuo y cómo empieza a convertirse en un problema cuando desplaza otras actividades a nivel familiar, social, laboral, educativo”, detalla.

Romero también indica características como el asumir acciones riesgosas para tener acceso a las sustancias o el síndrome de abstinencia al tratar de dejarlas, que se refieren a un producto específico. En ese sentido, las diferencia de los trastornos de conducta alimenticia como el de atracones o apetito desenfrenado, que pueden ocurrir con cualquier tipo de alimento. Sin embargo, también coincide en enfatizar la falta de un consenso científico sobre el posible diagnóstico de adicción a ultraprocesados o sus componentes.

Además, Lamprea aclara que esto también depende de predisposiciones y factores ambientales, como lo señaló el mismo asesor del proyecto de las Oreo en el periódico estudiantil y también lo toman en cuenta artículos como la citada revisión de literatura de Gearhardt y Schulte. De hecho, este artículo también menciona factores de riesgo similares entre el abuso de sustancias como el alcohol y el de la comida, como los antecedentes familiares, la exposición al trauma o la depresión; así como causas comunes que aumentan el daño, como la disponibilidad o la aceptación social del consumo.

En conclusión, si bien es cierto que hay un debate científico en el que existen evidencias y opiniones a favor de la idea de que la comida puede ser adictiva, en particular la ultraprocesada o algunos de sus ingredientes, por sus elementos en común con sustancias que han probado generar dependencia, incluyendo la cocaína o la morfina, como aspectos del tipo de actividad cerebral que desencadenan; el debate sigue abierto y el trino de Rosero es cuestionable porque usó como argumento una cita sin referencia que alude un proyecto estudiantil de 2013 que nunca pasó por una revisión de pares científicos ni aporta realmente pruebas al punto que pretendía demostrar.