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Los militares
también desaparecen

por María Jimena Neira Niño


Mientras Martha busca a su sobrino, ella intenta que las instituciones lo reconozcan como desaparecido.

Martha Garzón sostiene una foto de su sobrino mientras recuerda cómo fue su desaparición. Era febrero de 2006 y él se encontraba en un bus de la flota La Macarena, camino a Vista Hermosa. En un punto conocido como Alto Neblinas, por Puerto Gaitán, Meta, unos hombres armados lo bajaron del bus. En su puesto dejó su chaqueta y una canasta de huevos que le llevaba a su novia y futura madre de su hijo.

Al salir del bachillerato, Ilderney prestó el servicio militar obligatorio en una zona cercana a Ocaña, en Norte de Santander, con la Brigada 15 del Ejército. “De pronto no era que a él le llamara mucho la atención eso pero no habían más opciones, más oportunidades y pues a él le gustaba mucho lo que eran los animales, en especial los perros. O sea, él era muy culeco con eso entonces pagó el servicio, entró a hacer un curso creo yo de desactivación de explosivos y también era adiestrador de perros allá en la base”, asegura Martha.

Su desempeño era tal que, a sus 23 años, Ilderney Salinas Velásquez le dieron una licencia de descanso por su buen comportamiento en el Ejército. Él la aprovechó para visitar unos días a su familia en Vista Hermosa. Allí estuvo unos días y le entregó a su mamá, Sandra Salinas, unos papeles de un seguro de vida por si le pasaba algo. “Él le entregó unos papeles a la mamá. Él como que dijo algo como que no se volvían a ver, como que venía por última vez. Él le entregó un seguro de vida por si acaso a él le pasaba algo. Él le entregó a ella esos papeles”, afirma Martha.

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  Martha guarda con cuidado todos los documentos de su sobrino.

Una de sus hermanas vivía en la vereda El Placer, en el Vichada y le contó a Ilderney que allá estaban dando trabajo. Él aprovechó que todavía le quedaban quince días de descanso y decidió ir a visitarla y de paso, conseguir algo de dinero. Había quedado de volver a Vista Hermosa para despedirse de su mamá y de su novia, así que tomó un bus. Su hermana fue la última persona de la familia que lo vio.

Al ver que el bus llegó sin su hijo, Sandra contactó a algunos pasajeros del bus para averiguar qué había pasado. Le contaron que junto a Ilderney iba un hombre sospechoso porque no puso ninguna resistencia y no dejó nada en el puesto, como si supiera algo. La familia cree que pudo tratarse de un espía. Su madre también trató de averiguar con el conductor sobre el grupo armado que se llevó a su hijo, pero no le pudo decir nada por seguridad.

“Cuando se supo que no aparecía fue terrible, fue muy duro porque no hallábamos qué hacer. Como a los ocho días llamó él. Se cree que fue él y solamente dijo que estaba bien, que no se preocuparan y colgó o colgaron. Pero también puede ser que no haya sido él porque fue todo muy rápido. No se sabe si fue que colgaron o se fue la señal, no se sabe nada, ni de dónde marcó ni nada”, afirma Martha. Ya han pasado 18 años y esa es la última prueba que conserva Sandra para guardar la esperanza de que su hijo va a volver en cualquier momento.

Según Martha, en esa época la desaparición de su sobrino fue tomada por el Ejército como una deserción. Pasaron cinco años y la familia volvió a insistir para que reconocieran Ilderney como desaparecido. El Ejército les brindó un auxilio funerario pero no les dijo nada más. Pusieron la denuncia ante la Fiscalía pero fue reconocida como una presunta desaparición entonces, según Martha, por eso fue que la Unidad de Víctimas no recibió el caso.

La familia de Ilderney es de origen campesino y se ha desplazado de diferentes lugares a causa del conflicto armado. Han tenido que ir de un lado a otro, de fiscalía en fiscalía, preguntando por su hijo. En 2016, Martha decidió hacerse cargo del caso porque la familia tenía problemas de salud y económicos, además porque ellos no saben muy bien leer ni escribir.

En mayo de 2017, Martha fue a hablar con un comandante conocido como Leonidas, en la entonces zona veredal de las Farc, en La Cooperativa, un caserío de Vista Hermosa. “Él fue muy amable y me quedó de colaborar, pero cuando volví, ya no estaba. Me tocó con don Byron, me dijo que no, que fuera a la zona Mesetas, que probablemente allá puedan dar razón del Frente 43, que operaba en la zona donde desapareció mi sobrino”. Martha no ha ido aún a Mesetas, por dificultades económicas.

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  Por años, Martha ha ido de una institución a otra en busca de alguna respuesta.

La ‘tía llaverito’, como le decía Ilderney a Martha por lo pequeña, ha tenido sueños en los que él aparece con un uniforme que no ha podido identificar, pero entra a su casa y la saluda. Aunque hace un tiempo Martha dejó de creer en las instituciones del gobierno, ella afirma que luchará hasta el final. “Tenemos derecho a saber la verdad”, afirma con certeza.

Martha mira con detenimiento y cariño las únicas dos fotos que conserva de su sobrino, una de ellas con el uniforme militar. “Yo sé que si él estuviera vivo ya se hubiera comunicado, por algún medio ya sabríamos algo de él, pero no”, dice ella mientras sus ojos se llenan de lágrimas y su voz se corta.


Investigación realizada bajo el proyecto "CdR/lab Periodismo para narrar la Memoria" de Consejo de Redacción, con el apoyo de la AGEH.