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Miércoles, 19 Diciembre 2018

Relámpagos que buscan unir el Catatumbo

Por Jorge Iván Gutierrez

Una historia de reconciliación que busca usar el deporte como herramienta fundamental en la construcción de paz desde el corazón del conflictivo Catatumbo norte santandereano.

Todos esperan a Jaime. Son las siete de la mañana en la vereda Caño Indio de Tibú, el corazón del conflictivo Catatumbo y el sol ya anuncia un día de calor inclemente. Tranquilos, haciendo ejercicios de estiramiento, veintidós excombatientes del frente 33 de las Farc aguardan la llegada de su compañero. 

No son los únicos. También se encuentran allí habitantes de veredas cercanas que llegaron hasta el Espacio Territorial de Capacitación y Reincorporación (ETCR), donde se concentraron algunos desmovilizados de las Farc, como parte del proceso de paz que firmaron con el Gobierno. En motos, sorteando el barro, y los eventuales riesgos de una zona aún en conflicto, los campesinos atravesaron largas trochas destruidas por las lluvias, para asistir a una jornada atípica que rompía la cotidianidad para una comunidad acostumbrada al olvido estatal.

-    ‘Sólo falta marcar las áreas y el punto penal’, dice Luis*, un habitante de la zona y coordinador de uno de los cuatro equipos que se enfrentarían este día, en el torneo de fútbol entre habitantes de la vereda, ex miembros de las Farc y representantes de la Misión de verificación de la ONU.

El escenario es improvisado, dos arquerías hechas a mano por quienes fueran actores del conflicto armado dan forma a la cancha, también improvisada en un claro, en la que se jugaría el torneo “relámpago”, un nombre preciso para el Catatumbo, que en lengua indígena significa Casa del trueno. 

A un lado de la cancha se dispone todo para una misa; otros prueban el sonido y preparan sus casetas de madera y costales verdes para un bazar y unos más patean el balón a la espera de Jaime, a quien todos respetan. Es el director técnico.

Un pueblo que también espera
Caño Indio es una vereda de Tibú, a cinco horas de Cúcuta y ubicada en el extremo oriente de Colombia, a dos horas del paso hacia Venezuela, por una vía destapada. Durante años, vivió en medio del conflicto: la presencia de cultivos ilícitos, de la guerrilla y luego de los paramilitares, mantuvieron a la población como víctima de masacres permanentes.

De acuerdo con el Centro de Memoria Histórica en el Catatumbo, “el conflicto armado llegó a finales de los setenta y se agravó a finales de los ochenta, cuando el Eln, el Epl y las Farc fortalecieron sus acciones militares con asesinatos selectivos, secuestros, extorsiones y tomas a poblados. Pero fue entre 1999 y 2006 cuando la región vivió una violencia sin precedentes. En esos últimos siete años se desplazaron forzadamente 99.074 personas, hubo 832 casos de asesinatos selectivos y 599 muertos en masacres: 403 por parte de paramilitares y 142 por parte de las guerrillas”. 

Por eso en Caño Indio, como en otras veredas, el proceso de paz se recibió con esperanza, pero con mucho temor. En febrero de 2017, tras la firma del acuerdo de paz, este poblado se convirtió en el lugar estratégico para la concentración y tránsito a la legalidad de los casi 650 excombatientes de las Farc de esa región del país. Allí entregaron las armas y permanecerían un tiempo más capacitándose y creando proyectos productivos.

Sin embargo, debido a las dificultades en la implementación del proceso, la falta de inversión prometida por el Gobierno para vías e infraestructura de los pueblos, la desconfianza se tomó el ambiente. Caño Indio sigue siendo un caserío de viviendas de tablas, con vías de acceso en mal estado, un acueducto deficiente y unos viejos generadores eléctricos que sirven como únicos proveedores de luz. En medio de la presencia permanente de policía y Ejército y de helicópteros que patrullan la zona, una sola docente da clases para cuarenta niños en la única escuela de la vereda.

Y en el ETCR ya solo quedan 80 reinsertados. Muchos de los que se fueron y están firmes con el proceso, optaron por regresar con sus familias; pero otros- como admiten las autoridades municipales- retornaron a los grupos ilegales.

Pese a esto, quienes esperan por Jaime confían en el camino de paz que emprendieron. El fútbol se ha convertido en su vía de escape y de esperanza.  La expectativa por ver un nuevo encuentro futbolero los hace olvidar, al menos por ese día, los problemas de quienes habitan la región.

Pasaron alrededor de 15 minutos hasta que Jaime aparece con la cal. Trigueño, de 1.75 de estatura, llega con paso firme, marca la cancha, revisa la altura de la porterías, construidas en tiempo récord, y hace el sorteo del torneo.  Manos que se estrechan, entre los equipos que mezclan hombres y mujeres. Todo listo para arrancar. Se escucha el pitazo inicial.

Pitazo Inicial

La algarabía invade el escenario y rueda el balón entre el equipo de ETCR y el conjunto de la vereda Caño Indio. Pero el furor con el que se disputan las primeras pelotas es tan fuerte que Jaime, director técnico del ETCR, se ve obligado a recordar que deben jugar más suave. “Cuidado, tengan más cuidado con las mujeres”, protesta.  Los jugadores van con fuerza a cada choque, pero sin perder la lealtad deportiva. 

Jaime es Luis Alberto Mercado Quintero y pasó gran parte de su vida en la guerra. Nació en Valledupar y desde muy joven entró a la guerrilla donde dice- aprendió a ser disciplinado, y a leer y escribir-.  

Desde su desmovilización tomó las riendas del deporte y la cultura dentro de la zona veredal de Caño Indio. Cree que el liderazgo aprendido durante años en la guerra debe ser aprovechado para crear paz y encontró en el futbol su aliado perfecto en la legalidad.

Su sueño: crear un equipo de fútbol que una a las comunidades con los reinsertados.

No es descabellado. Experiencias como las que él imagina se están dado en otras partes del país. Una de ellas, La Paz Fútbol Club, un equipo oficial que cuenta con apoyo de la FIFA y reúne a excombatientes con personas que han sufrido el conflicto armado. 

No es fácil, sin embargo, vencer el desencanto.  Durante los últimos meses, Jaime ha sido testigo de la deserción de muchos de sus compañeros. “Había unos 7 u 8 equipos de fútbol, entre hombres y mujeres, pero con los incumplimientos del gobierno, algunos se han ido a trabajar donde sus familiares y hemos estado dispersos, no hemos estado todos juntos como llegamos”, explica.

Deporte para sanar heridas

El deporte, en municipios azotados por el conflicto armado como Tibú ha sido clave para resistir a la violencia. Para Álvaro Rueda Beltrán, director del programa Deportibú, este municipio tiene una importante cultura deportiva. “Uno salía de la escuela o del colegio y las canchas estaban llenas. A veces había problemas con esto de los grupos ilegales, pero así le quitábamos muchachos a eso”.

En el partido de Caño Indio, en los costados del campo de juego, el bullicio sube de tono con cada minuto. El marcador sigue empatado y cada aproximación del equipo contrario se traduce en gritos de aliento de las hinchadas. Un fuerte disparo desde fuera del área pasa a escasos centímetros del arco defendido por el grupo de Caño Indio y el suspiro colectivo se levanta en el lugar.

El grito de gol que se veía tan esquivo llega por fin al partido. Iniciando el segundo tiempo, una gran jugada muestra el trabajo que Jaime realiza en sus entrenamientos. La rápida transición defensa-ataque que culminó con un gran remate en el área del arquero culmina el encuentro y sella el paso a la siguiente ronda para el conjunto del ETCR.

El torneo, que se disputa con tanta pasión, está entre las actividades culturales planeadas por la Misión de Paz de Naciones Unidas para el día internacional de la paz. Junto a conciertos, danzas y grafitis esperan impactar la realidad que atraviesan los habitantes de esta zona del Catatumbo. 

“En medio de las dificultades, con nuestro arte le seguimos declarando la paz a la guerra”, canta Jorge Enrique Botello Ahiman, director de la fundación Quinta con Quinta Crew y cantante de rap invitado, quien cree que el deporte y la cultura son caminos de reconciliación. 

Sentado en una silla mientras observa el primer partido y sosteniendo el bastón que le ayuda a caminar, está Pablo, o ‘Mintú’, su antiguo alias en la guerra. Tiene 58 años e ingresó a los 29 años a las Farc, donde llegó a ser jefe de tropa, pero tras resultar herido en un combate, quedó sin movilidad completa en sus piernas.

Pablo cuenta que es poeta y escribe versos y rimas inspirado en situaciones de su vida cotidiana. Con jocosidad, recuerda su primer escrito dedicado a una profesora de la que se enamoró a los 16 años y a la que nunca le manifestó su amor. También le escribe a la guerra, al proceso por el cual atraviesa junto con otros excombatientes y, por supuesto, a su compañera.

“Nosotros le apostamos a salir de esto por medio de la palabra, pueda ser que no nos equivoquemos. Desde que nos comprometimos, dimos la palabra de salir de la guerra y, a pesar de los incumplimientos del gobierno, el pueblo se ha dado cuenta que nosotros hemos cumplido– asegura mientras observa la definición por penales del primer partido del día entre el equipo representativo de Caño Indio y el conjunto del ETCR.

Para Pablo, Caño Indio se ha convertido en el escenario perfecto para el “desfile de chalecos”. “Vienen entidades de cuanta parte hay, se crean instituciones para la paz, todas tienen plata para la paz, pero no se invierte en la reconstrucción del pueblo ni en la reconstrucción de estas veredas”, dice.

Jaime finaliza la tanda de penales y da como ganador al representativo del ETCR cinco goles por cuatro. El escenario está listo para el siguiente acto cultural y Pablo decide hablarle. Son amigos. La guerra los llevó a compartir durante años en la clandestinidad. Ambos saben el paso histórico que dieron y aunque son optimistas conservan el miedo. 

Para ellos, tanto como para la comunidad, el proceso de paz es tan difícil como mantener el marcador de un partido; en una zona donde aún hay otros grupos armados, no se puede bajar la guardia, como en el fútbol.

Relámpagos de paz
El faro del Catatumbo es un fenómeno natural único en el mundo ubicado en la desembocadura del río Catatumbo y el lago de Maracaibo. Durante 260 noches al año pueden observarse hasta 80 descargas eléctricas por minuto, razón suficiente para convertirse en el fenómeno natural más raro de Colombia y Venezuela.  En épocas precolombinas, hizo al río Catatumbo navegable las 24 horas gracias a la iluminación generada por los rayos que caían del cielo. Por esta razón fue apodado el “Faro del Catatumbo”.

Era tradición entre los habitantes de esta región sentarse a observar los rayos que caen del cielo por largas horas. A pesar de su corta duración, estos servían para compartir momentos en familia o con amigos a quienes vivían en las zonas más alejadas, donde la luz eléctrica no era más que una quimera. Hoy los torneos relámpagos reúnen familias en torno al futbol, despiertan emociones y rompen las barreras de los prejuicios formados por años de guerra. En el Catatumbo los relámpagos unen a quienes sueñan con construir la paz desde las regiones. 

La final inicia con nerviosismo de ambos lados. El silencio estremecedor se toma el lugar y solo puede oírse a Jaime gritar a sus dirigidos. La tensión lleva a que cometan varios errores en el inicio del juego que pudieron costarles la final y, por ende, el campeonato. Nadie opina. Todos observan cómo se disputan la pelota hombres y mujeres en busca del anhelado grito de gol que parece ser más esquivo este día.

Este relámpago no es solitario. En el corazón del Catatumbo se adelantan iniciativas en busca a contribuir a la reconciliación. En el Tarra, el programa World Coach Colombia capacita a jóvenes líderes del municipio para que desarrollen planes deportivos en sus comunidades. Su labor consiste en llevar el deporte a líderes de zonas apartadas y así marcarle un gol al reclutamiento de niños y jóvenes en la región. 

El reclutamiento forzado de menores de edad en Colombia ha disminuido en los últimos años con la firma de los acuerdos de paz. Cifras del Centro Nacional de Memoria Histórica arrojan la alarmante cifre superior a 16.000 niños reclutados durante los 56 años de conflicto, de los cuales el 54% fueron cometidos por las Farc. 

Manuel Guillermo Pinzón, director ejecutivo de World Coach Colombia, reconoce el valor de rescatar estos jóvenes de la guerra, pues en la zona aún hay presencia de grupo armados interesados en utilizarlos como presa para burlar a las autoridades. “Lo que buscamos es generar caminos diferenciales de vida en los jóvenes, una reincorporación comunitaria son jóvenes que les quitamos a la guerra”, dice.

El partido está por terminar y los intentos por meter un gol son en vano. La llegada de la definición desde el punto penal se hace inminente y la tensión inunda el lugar. Los brazos de Jaime reflejan las inclemencias del sol en la jornada. El juez central prepara el arco y llama a los capitanes. Deben saber quién tiene la valentía de patear primero y sacarse la presión.

La tensión aumenta y los penales no esperan. El equipo del ETCR inicia pateando y su capitán asegura el gol con un certero derechazo imposible de atajar. Es el turno del capitán de Caño Indio y la responsabilidad es grande, un gol puede empatar la serie y darles ánimo a sus compañeros; errarlo daría ventaja al contrario.  El momento llega, los nervios de punta le juegan una mala pasada y su remate se va desviado. La situación es aprovechada por el rival, quien anota los dos penales siguientes y asegura el título del campeonato de la paz.

El lugar estalla en júbilo. El ETCR gana más que un título, sienten que lograron romper las barreras de los prejuicios y juntar lazos de amistad con sus vecinos. La premiación es lo de menos. Para Jaime, la importancia de poder compartir con personas externas es más importante, pues como dice: “nosotros podemos ser forjadores de paz, de libertad, de alegría, de mucha esperanza, a todas esas personas que nos están tildando les digo que reflexionen, que hagan un análisis personal y conozcan la realidad”. 

La premiación espera.

Las cicatrices en su rostro dejan ver la difícil vida que llevó en la guerra. El optimismo lo invade al hablar del futuro y no piensa en el pasado. Jaime sabe la difícil tarea que le espera pues planea viajar a Cúcuta a buscar apoyos para su armar un equipo. Ya ha vivido antes el rechazo y no quieren repetirlo. 

El fútbol les ha permitido a los excombatientes salir de Caño Indio. Aunque reciben poco apoyo, tienen la visión de poder participar en más torneos relámpagos e integrarse con más comunidades. Saben de los estigmas que tienen las personas al escuchar su procedencia y quieren cambiar esa imagen. 

“Mi proyección en el deporte y la cultura es unir todas las cuatro veredas que están alrededor del ETCR, hacer un solo equipo de fútbol y mostrarnos a nivel departamental o por qué no, nacional”, dice y se va celebrando el triunfo.