Desde el aire, el pacífico nariñense parece una alfombra verde bordada con ríos y esteros que serpentean en medio de la selva. Son diez municipios los que conforman el litoral, con una población de 290.000 personas aproximadamente.
Los nubarrones cubren el cielo buena parte del año. Cuando llueve en el Pacífico es como si lloraran los dioses indígenas, afro o cristianos que se mezclan en sus culturas. Los truenos parecen los gritos de dolor de las cientos de víctimas de la violencia. Esta es una región que ha sido una de las zonas más afectadas por la corrupción, la pobreza y el conflicto: grupos guerrilleros, paramilitares, bandas criminales y ahora las disidencias de las Farc.
Por eso, los municipios del litoral pacífico del departamento de Nariño (que son 10 si se incluyen a los tres de la subregión del Telembí, que no están directamente en la costa: Roberto Payán, Magüí Payán y Barbacoas) hacen parte de los Programas de Desarrollo con Enfoque Territorial, Pdte, que se pactaron en el acuerdo de paz del gobierno del expresidente Juan Manuel Santos.
Los planes, según explica Eugenio Estupiñán, coordinador del Programa de Desarrollo Territorial de la Zona del Pacífico Sur y Frontera, siguen avanzando con “los diálogos preparatorios para la fase municipal”. Es decir, están construyendo con las comunidades la hoja de ruta de las inversiones en sus territorios. La llegada del nuevo gobierno, hasta el momento, no ha cambiado los planes.
Esta región ha sido fortín político de barones electorales como Neftalí Correa, Guillermo García Realpe, Gustavo Estupiñán y los clanes políticos de los Escrucería, los Enríquez y los Parede. Pero en esta región también se ha empezado a gestar la fuerza de los movimientos sociales de las comunidades negras e indígenas de este territorio.
Las comunidades negras, representadas en organizaciones como Recompas y Asocoetnar, son otra de las fuerzas políticas de la región. Nariño tiene 65 consejos comunitarios.
Fueron esas organizaciones las que hace cuatro años, en 2014, lideraron un paro en once poblaciones nariñenses para protestar por la corrupción de sus gobernantes. Y actualmente, liderados por el obispo, crearon un comité cívico en Tumaco que está realizando una agenda programática para presentarle al gobierno Duque.
Precisamente, fue el apoyo de los consejos comunitarios, que tienen una gran base rural, lo que le permitió a Gustavo Petro ganar en primera vuelta en ocho de los diez municipios y en nueve en la segunda.
En Tumaco, el único municipio de la región en la que el ganador en segunda vuelta fue Iván Duque, el nuevo presidente sacó su ventaja en el casco urbano, mientras que en la parte rural, el ganador fue Petro.
Maquinaria vs. movimientos sociales
Juan Carlos Angulo, director de la Red de Consejos Comunitarios del Pacífico Sur, Recompas, es uno de los ‘pupilos’ de la hermana Yolanda Cerón, líder social que dedicó su vida a luchar por la titulación de tierra de las comunidades afro y fue asesinada por los paramilitares en el 2001. Angulo inició su trabajo social con la hermana.
Angulo cuenta que los movimientos sociales empezaron a gestarse como un embrión con el trabajo social de la hermana, quien luchó por los derechos de las comunidades afro en este territorio, así como contra la tala de bosques y la llegada de los palmicultores. Ahora la lucha es contra la coca.
Estos movimientos se consolidaron con la promulgación de la Ley 70 de 1993 que creó los consejos comunitarios.
Desde entonces, el mapa político del litoral Pacífico nariñense ha cambiado poco a poco. No solo lo evidencian los votos por Petro en las presidenciales.
En las elecciones al Congreso de hace cuatro años, el mapa político del litoral solo tenía dos colores predominantes: azul y rojo. Sin embargo, en las elecciones legislativas de este año, los verdes ganaron Tumaco en el Senado, mientras que en Olaya Herrera ganó el Polo Democrático en la Cámara.
En Tumaco se impuso la maquinaria del gobernador Camilo Romero, quien es de ese partido y tenía como candidato a Aulo Polo.
Pero en el mapa también se observa un municipio que está de color blanco: Francisco Pizarro. Allí los habitantes votaron en blanco en las elecciones legislativas como protesta por el abandono del Estado.
La mañana del miércoles 7 de marzo, las mujeres del barrio Miraflores de Salahonda llegaron en sus canoas de recoger la concha, también llamada piangua, un molusco que se da en el Pacífico. Sus casas de palafitos, ubicadas a un lado de uno de los brazos del río Patía, estaban otra vez sin energía eléctrica.
Salahonda, la cabecera municipal de Francisco Pizarro, una población del pacífico nariñense con 11.100 habitantes, no tiene agua potable. Las tres plantas que producen la energía se dañan constantemente. Tiene dos calles principales semipavimentadas que atraviesan el pueblo. Entre esas calles está el parque principal, donde se erigen la Alcaldía y la Iglesia.
A los lados, hacia el río y hacia La Playa, una vereda que lleva al mar, Salahonda es una telaraña de casas de palafitos que se comunican con puentes de madera y uno que otro de cemento.
Angie, una piangüera de Salahonda, observa como dos de sus vecinas sacan los tibungos (o canecas) para llenar de agua. En su barrio se reúnen para ir, cada dos días o cada semana, a llenarlos de agua en la empresa palmichera. Niños y mujeres parten a canalete para recoger. En estos días, las piangüeras no han recogido muchas conchas, entonces la plata no alcanzó para los 10.000 del galón de gasolina para prender los motores.
Además de recoger piangua, Angie la vende a comerciantes que la llevan a Ecuador. Pero el negocio está malo. Por 100 conchas hembras les dan 17.000 pesos. En un día, si les va bien, pueden recoger esas 100 en el manglar, pero hay días que solo cogen 20 o 40.
Ella recolecta la piangua en neveras y la lleva cada tres días con su esposo a Tumaco.
“A veces, con los cortes de luz, tocaba botarla porque se dañaba o nos tocaba meterlas otra vez al mar para que no se pudrieran”, cuenta.
Por eso, ese miércoles, las piangüeras de Miraflores y La Playita se enojaron. Se reunieron frente a sus casas, tomaron sus niños en brazos, cruzaron el puente de tablones de madera (algunos rotos) y caminaron hacia el centro. No son más de seis cuadras, cruzaron el parque hasta llegar a la planta de energía.
A su paso iban gritando, llamando a la gente que se les unieran. Decían “no más”, estaban cansadas.
“Salimos un grupo de 15 mujeres y fue llegando más gente. Llamamos al alcalde y no nos quiso atender. Queríamos soluciones”, cuenta Edi, otra de las mujeres de Miraflores. Vive en la última casa, sostenida por los palos, que vibra cada vez que las lanchas pasan por el río.
Aquí, el río es conocido como “la Acuapista del Pacífico”. Se suponía que este iba a ser un canal que comunicara por agua a varias poblaciones del Pacífico. En el papel y en los anuncios de políticos, la Acuapista iba a ir desde Tumaco hasta el Chocó.
Pero los habitantes de Salahonda dicen que lo único que han visto de este canal es un puente que cruza el río y unos bultos de arena y unos tubos que asemejan una muralla, pero que ya se están pudriendo.
Además, el agua no potable sólo llega a las casas cercanas al tanque, el resto del pueblo se surte con canaletes que recogen el agualluvia; con pozos profundos, de los que salen tubos que llevan el agua a las casas. A cada vivienda le toca un día a la semana. No hay acueducto, no hay planta de tratamiento, no hay alcantarillado.
Las quejas que iniciaron con la energía fueron creciendo como una bola de nieve. A la protesta fue llegando más y más gente. El pueblo entero se unió, de las veredas llegaron en lanchas y canoas. A las quejas por los cortes del fluido eléctrico se le sumaron la falta de agua, la falta de trabajo, el mal servicio de salud...
Al miércoles siguió el jueves, el viernes y el sábado. El pueblo seguía enardecido. Los comerciantes cerraron sus negocios. Los profesores no dieron clases. Los lancheros dejaron de viajar a Tumaco. Lo que empezó como una protesta terminó convertido en un paro con un comité que inicialmente reunió a 40 personas. Ahora quedan 17 de ese grupo. El paro se extendió hasta el día de las elecciones legislativas. El pueblo decidió no votar.
“Los grupos políticos se quedan con los proyectos, por acá ya ni vienen. A Salahonda no vino nunca Santos, él llegaba solo a Tumaco. Tampoco ningún congresista”, dice uno de los habitantes.
Don Tulio tiene una tienda. Él se unió al paro. Lleva décadas sacando a sus hijos adelante con su negocio. Ya todos son profesionales: una profesora, un contador.
El domingo, día de las elecciones, el Esmad de la Policía llegó al pueblo. La comunidad intentaba que las urnas con los votos no fueran sacadas de la Alcaldía, pero estas ya estaban en otra parte. La gente se enojó, los ánimos se caldearon y se enfrentaron con los uniformados. Al alcalde lo acusaron de traer a la policía y de no apoyar al paro. Dañaron la Alcaldía y el Concejo.
En las casas del centro se ven carteles de candidatos al Congreso. Algunos están arrancados. “El único presidente que ha estado aquí ha sido Belisario Bentacur”, cuenta otro saladoheño.
Sara es una comerciante que hace parte del comité del paro. Ella asegura que este es un pueblo olvidado. “Acá solo nos pararon bolas porque hicimos el paro y no votamos”.
Tras el paro, llegó la interconexión eléctrica. Pero el agua, como en casi todo el Pacífico, sigue siendo una promesa, a la que se le han invertido millones.
Con los acuerdos, firmados entre los representantes del Gobierno nacional y el comité del paro, los habitantes de Francisco Pizarro decidieron votar en la primera y segunda vuelta. 33% de los posibles votantes fueron a las urnas. Gustavo Petro ganó en ambas.
“Duque, amigo, Tumaco está contigo”. “Llegó la salvación de Colombia”. Así coreaba una multitud en la visita del entonces candidato Iván Duque a la Perla del Pacífico. Esto, en una ciudad en la que ganó el “sí” en el plebiscito y Juan Manuel Santos en sus dos elecciones.
“Quiero que esta linda tierra recupere la esperanza, por eso vamos a devolverle la seguridad y a derrotar el narcotráfico. Además, seré el presidente que se preocupe por la justicia social”, les dijo el entonces candidato del Centro Democrático y les prometió que, si ganaba, volvería. Uno de sus primeros consejos de seguridad sería allí.
Y así lo hizo. El pasado 10 de agosto, el nuevo presidente llegó a Tumaco.
Una multitud lo esperaba en el polideportivo San Judas. Allí recorrió los puestos de los vendedores ambulantes. Saludó. Dijo unas palabras. Anunció que se construiría una plaza de ventas y un centro de acopio para los productores.
También se reunió con el obispo Orlando Olave. Él es uno de los integrantes del Comité Cívico de la ciudad, creador del plan Tumaco Renace y gestor de la marcha contra la violencia del pasado 27 de abril.
El padre Arnulfo Mina, de la Pastoral Social, le explicó a Colombiacheck que el plan que le entregaron al Presidente incluye la terminación de proyectos iniciados en el gobierno Santos, como la carretera binacional, el dragado, la reactivación del puerto de Petrodecol y la electrificación de tres consejos comunitarios.
“Lo que sabemos es que tiene pensado nombrar a una persona para que coordine lo social del Pacífico. Aún no sabemos si le dará continuidad al plan Todos somos Pazcífico”, agregó el sacerdote.
Al finalizar su recorrido, Duque advirtió ante las cámaras de comunicación que a ‘Guacho’, jefe de una de las disidencias de las Farc, se le había acabado “la guachafita” y vaticinó resultados.
Tumaco llegó a tener 14 grupos que se disputaban el poder: entre disidencias de las Farc, bandas criminales y ELN. Ahora son cinco grandes, pues varios de los grupos se unieron entre si. Tras los asesinatos de los periodistas ecuatorianos y de tres investigadores del CTI de la Fiscalía, alias ‘Guacho’ se convirtió en el objetivo número uno.
¿Por qué triunfó?
El triunfo de Duque en Tumaco fue una mezcla entre la maquinaria política y su promesa de mano dura.
“‘Guacho’ parece como si le hubiera hecho campaña. Los meses antes de las elecciones estuvieron las voladuras de las torres que dejaron el casco urbano sin energía y atentados en la carretera. Entonces, ese discurso de mano dura le caló a la gente”, aseguró un líder social del puerto.
María es vendedora de cigarrillos y dulces. Vive en el barrio La Ciudadela, uno de los más afectados por la violencia. Tiene cuatro hijos, su esposo trabaja de vigilante.
–¿Por qué votó por Duque?–, le pregunto.
–Una amiga me dijo que él le va a dar 200.000 pesos a los viejitos. Los 120.000 que dan ahora no alcanzan para nada–, responde.
–¿Le gustaba algo de su programa de gobierno?
–Sí, claro. En mi casa todos votamos por Duque. Es que él le va a poner freno a la guerra. Y espero que nos cumpla también con el agua.
–¿Usted tiene agua?
–Solo me llega cada 15 días. Mi hija la recoge en el tanque para que rinda hasta que vuelva.
Al recorrer Tumaco, le hice la misma pregunta a tres mototaxistas, a una vendedora de pescado, a un comerciante de mariscos de la Calle Residencia, al dueño de una ferretería y a dos taxistas. El resto dijeron que Santos no les había cumplido.
Uno de los mototaxista relató que el otro día recogió a un desmovilizado, “acaba de cobrar la plata que les dan. Me pidió que lo llevara a un sitio, donde yo sé que tiene la sede una banda brava (peligrosa). Me dijo que es que esa plata no le alcanza. Aquí no llegó la paz. Esos guerrilleros que se desmovilizaron están otra vez delinquiendo”.
Sólo el taxista votó por Petro.
–¿Por qué votó por Petro?–, le pregunto.
– Porque el otro man es solo bulla. Está con Uribe y la guerra va a volver. Si la gente piensa que esto se va a calmar, está equivocada.
–Pero, ¿qué le gustaba de las propuestas de Petro?
–Me gustaba lo que decía para los pobres. Es que es hora de un cambio.
La maquinaria
Esta fue otra de las razones del triunfo de Duque. Nilo del Castillo, exalcalde, le hizo campaña desde la primera vuelta.
Y otros políticos como el exalcalde y congresista destituido Neftalí Correa, que apoyó a Vargas Lleras en primera, se unió al Centro Democrático en la segunda. Lo mismo ocurrió con el alcalde Julio Rivera.
Las alianzas políticas en Tumaco parecen una telaraña. Y siempre están cambiando. Correa, que aún tiene mucho poder en el litoral, apoyó a Aulio Polo, de la casa Romero, al Senado. Y el alcalde Julio Rivera, quien llegó al cargo con una coalición de muchas fuerzas (incluyendo a Juan Carlos Martínez, que ya está libre tras haber sido condenado por parapolítica) apoyó al conservador Eduardo Enríquez Maya al senado y a Guillermo García Realpe y a Daniel Garcés, candidato por las comunidades afro.
Y en el futuro para las elecciones todas esas fuerzas buscan poner su candidato a la Alcaldía.
“En el caso de Correa, dicen que tiene cuatro precandidatos”, cuenta un líder político local. “Julio Rivera también tiene sus apuestas. Aunque se habla de una alianza entre Nilo del Río y Ever Castillo. Hay otro grupo, una fuerza que le dicen la tercería, formada por un grupo de concejales y líderes políticos, liderado por Manuel Ortiz. Y también está Víctor Gallo, ex alcalde (investigado por la pérdida de un dinero para la construcción de casas para los damnificados de una avalancha del río Mira, hace diez años) y actual gerente de la empresa Aguas de Tumaco”.
Solamente una vez en la historia de Tumaco ganó la alcaldía un candidato independiente: Newton Valencia, luego de una protesta social en 1988 por los servicios públicos. Fue llamada el tumacazo.
Pero, con tantas promesas por cumplir, aún no se vislumbra quién se quedará con Tumaco o los demás municipios del litoral en las elecciones del próximo año.