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Falso
La página de Facebook ‘Noti Despegue Cúcuta’ publicó un video que resucita una vieja desinformación con respecto al cáncer que, según esta versión, “no existe”. La publicación asegura, falsamente, que esta enfermedad consiste en una deficiencia de la supuesta vitamina B17 y que, por tanto, se puede tratar con productos vegetales o con un “medicamento milagroso”, denominado laetril, a base de amigdalina y rico en “oxígeno líquido”.
La robótica voz en off y el texto que acompaña la publicación incluso mencionan dos libros para sustentar su tesis: La muerte del cáncer, del doctor Harold W. Manner, y Un mundo sin cáncer, del que no dan el autor. También hacen una comparación con el escorbuto, “una enfermedad que cobró la vida de numerosas personas y muchas otras obtuvieron grandes ganancias de ello”; mal que luego resultó deberse a la falta de vitamina C.
Lamentablemente, esta esperanza contra el cáncer es falsa. Ha circulado en diferentes países y ha sido desmentida varias veces. Se basa en una alternativa que consiguió apoyo en algunas partes de Estados Unidos hace 40 años, pese a que está oficialmente prohibida en ese y otros países por su alta toxicidad y la falta de evidencia suficiente a su favor. De hecho, ha matado personas en lugar de curarlas, mientras que su efectividad se limita a células tumorales de laboratorio, pero ha sido descartada en pacientes humanos reales.
Africa Check revisó la misma desinformación en abril pasado, igual que Maldita Ciencia en España; la plataforma de verificación de la AFP lo hizo hace un año en Colombia y el portal estadounidense de periodismo de salud WebMD la refutó en 2017. No obstante, el video empezó a circular por la capital de Norte de Santander en junio pasado y 49.000 usuarios de Facebook lo replicaron. Por esta razón, Colombiacheck hizo la tarea de verificar otra vez.
Para empezar, el cáncer no es una sola enfermedad sino un conjunto de muchas, más de cien, con un factor común: el crecimiento descontrolado de células anormales en el cuerpo. Desde la Enciclopedia Británica hasta la Organización Mundial de la Salud (OMS) coinciden en esto.
El organismo multilateral agrega que “puede afectar casi cualquier parte del cuerpo y tiene muchos subtipos anatómicos y moleculares, cada uno de los cuales requiere estrategias específicas de manejo”. El coordinador del doctorado en Oncología de la Universidad Nacional, Gonzalo Arboleda Bustos, explica que hay guías para tratar cada cáncer pero la medicina está evolucionando hacia la personalización. Esto quiere decir que tampoco hay una sola manera de curarlo.
Las opciones, detalladas en la página del centro de investigación sobre cáncer MD Anderson de la Universidad de Texas, incluyen cirugías, radioterapias y medicinas. La elección o combinación de métodos depende del tipo de cáncer y de qué tan avanzado está, como lo explican la Sociedad Americana de Cáncer, la fundación Clínica Mayo y muchas otras instituciones alrededor del mundo. Además, el paciente tiene la última palabra en la decisión.
El problema es tan complejo que los inmunólogos Tasuku Honjo, director del Instituto de Estudios Avanzados de la Universidad de Kioto, y James Allison, líder de múltiples investigaciones en el MD Anderson, compartieron el Nobel de Medicina en 2018 por sus descubrimientos en este campo. Ambos hallaron proteínas que les impiden a las células defensivas del organismo actuar contra los tumores, a partir de lo cual se han desarrollado medicamentos que inhiben esas moléculas para que el cuerpo del paciente pueda atacar la enfermedad por sí mismo. A esto se le llama inmunoterapia.
Sobre las causas, Arboleda señala que es una “clásica enfermedad genética y eso está claro hace mucho tiempo”. La Sociedad Canadiense de Cáncer explica que este tipo de enfermedades surgen cuando hay fallas en las instrucciones genéticas para la reproducción y muerte de las células. La de Finlandia agrega que estos daños casi nunca tienen un solo origen, sino que están relacionados con varios factores de riesgo que pueden ser biológicos, ambientales, ocupacionales y de estilo de vida.
Desde 1972, la Agencia Internacional para la Investigación del Cáncer de la OMS ha producido 124 volúmenes de monografías sobre la identificación de peligros cancerígenos para los humanos. Esos factores están clasificados allí según la certeza que se tiene de su relación con estas enfermedades. Hay de todo.
Solo en el grupo de los agentes definitivamente cancerígenos, están el consumo de carnes procesadas, tabaco, bebidas alcohólicas e incluso pescado salado al estilo chino. Esta lista también incluye los rayos X y gamma, la contaminación del aire y la radiación solar, que comparten categoría con sustancias que van desde el plutonio, el arsénico o el asbesto hasta el polvo de madera y los aceites minerales sin tratar, pasando por la combinación de estrógenos y progesterona en las píldoras anticonceptivas y terapias para la menopausia.
Trabajar en la industria del caucho también cabe en este nivel de riesgo, el más alto, junto con dos tipos de hepatitis crónicas, el VIH tipo 1, varias cepas del papiloma humano y el contagio de infecciones como la Helicobacter pylori.
Un mismo tumor puede estar asociado con distintos factores en cada paciente. En una sola persona, puede ser multifactorial. “Falta mucha investigación para saber cómo es la relación entre el ambiente y las mutaciones. En algunos cánceres se sabe y en otros no”, dice el doctor Arboleda.
En todo caso, reducir los factores de riesgo y mantener una dieta balanceada son maneras de disminuir las probabilidades de sufrir una enfermedad de este estilo. Las vitaminas hacen parte de ese proceso e incluso pueden fortalecer a los pacientes en tratamiento. Los derivados de una de ellas sirven para tratar algunos tumores. Pero no, no es la tal B17.
“Las vitaminas son sustancias que el cuerpo necesita para crecer y desarrollarse normalmente”. Esta es la definición básica que da la enciclopedia MedlinePlus de la Biblioteca Nacional de Medicina de Estados Unidos.
La mayor parte de la dosis necesaria proviene de la alimentación, aunque el organismo es capaz de producir la D y la K. El resto son la A, la C, la E y las ocho del complejo B (1, 2, 3, 5, 6, 7, 12 y ácido fólico). “En nuestro organismo, funcionan acompañando la labor de las enzimas, para que puedan cumplir su misión”, complementa el biólogo Alejandro Ondo Méndez, profesor de la Universidad del Rosario y doctor en Bioquímica.
Algunas ayudan a remover del cuerpo los radicales libres, átomos sueltos que quedan como productos normales de algunas reacciones químicas, a los que les falta un electrón para tener estabilidad. Esta característica los hace más reactivos ante otras sustancias y por eso, aunque son necesarios y tienen beneficios hasta cierto punto, pueden dañar las células vivas si se acumulan en exceso, incluyendo la posibilidad de producir algunos tipos de cáncer. Las propiedades antioxidantes de las vitaminas sirven para mantener ese equilibrio y, en palabras del profesor Arboleda, “no es tarea de una sola sino todo un sistema”.
Fuera de esta labor preventiva, que también destaca Ondo, las vitaminas aparecen en 20 entradas de la enciclopedia oncológica Oncolex, una obra del Hospital Universitario de Oslo en colaboración con el centro MD Anderson. Algunas son recetadas para contrarrestar efectos secundarios de tratamientos, incluso cuando “no hay prueba de su eficiencia” para enfrentar ciertos síntomas pero pueden darles tranquilidad a las familias. Además, son factores a tener en cuenta al evaluar las reacciones cutáneas al sol y las pruebas de sangre de los pacientes y, claro, integran la dieta enriquecida que necesitan.
Lo más cercano al uso de estos compuestos directamente contra el cáncer se da en ciertos casos de leucemia y neuroblastoma, para los que existe medicación con tretinoína y otros retinoides, que son sustancias parientes de la vitamina A. Su metabolismo es crucial para el desarrollo e incluso para la muerte normal de las células. Entonces, su deficiencia sí guarda relación con este tipo de enfermedades, sin que se pueda considerar como causa única, lo que ha impulsado a que se investigue como tratamiento.
Pero la vitamina no se receta en su versión pura, el retinol, sino en la forma de sus derivados naturales o sintéticos. “Tienen estructura distinta y, dependiendo de ella, se ligan en mayor o menor medida a los receptores de las células”, describe la química farmacéutica Susan Rocío Duque. También hay estudios sobre posibles aplicaciones en etapas precancerígenas de tumores en el sistema digestivo, cabeza y cuello, por ejemplo.
En cambio, la “vitamina B17” ni siquiera es reconocida por la guía de requisitos nutricionales de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO, por sus siglas en inglés). Tampoco lo es por el Instituto Suizo de Vitaminas, un ente gubernamental de ese país que se dedica a investigar la salud pública en el campo de la nutrición, incluyendo su relación con el cáncer. Mucho menos es reconocida como tal por los expertos y las publicaciones especializadas. No existe. Solo es un nombre mentiroso con el que se comercializa el laetril, que es otra cosa.
El Instituto Nacional de Cáncer de los Estados Unidos lo llama laetrile o laetrilo. Son dos versiones semisintéticas de la amigdalina, una sustancia que está presente en algunas semillas y plantas crudas. La primera es fabricada en ciertas clínicas de los estados donde la justicia ha permitido su uso y la segunda, en México.
Una vez en el cuerpo, el laetril se descompone en varias sustancias y no está claro cuál es la que ataca los tumores (podrían ser varias), pero todas están muy lejos del supuesto “oxígeno líquido” del que habla el video. La versión más aceptada le atribuye esa función sobre todo al cianuro de hidrógeno. Este induce a que las células se “suiciden”, lo que se conoce como apoptosis.
Aunque la entidad norteamericana reseña el compuesto en su sección de “medicina complementaria y alternativa”, también aclara que “mostró poca actividad anticancerígena” en estudios con animales y ninguna en humanos. Es más, la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) le negó su aprobación en 1970 y solo fue por medio de causas judiciales, promovidas por pacientes en búsqueda de nuevas opciones de tratamiento, que consiguió evadir esa decisión en al menos 20 estados. Se hizo popular en esa década, pero la Corte Suprema impidió su transporte interestatal en 1980, por lo que su uso decayó.
Los estudios que hizo el único científico mencionado en la cadena, Harold W. Manner, son de la misma época, cuando era profesor de la Universidad Loyola Chicago. Hasta entonces, este biólogo con doctorado en Filosofía se había dedicado por 20 años a comparar el desarrollo anatómico y embrionario de peces, anfibios, reptiles y roedores. Él mismo cuenta su repentino cambio de interés académico en el citado libro La muerte del cáncer, que escribió con dos médicos y publicó en 1978, según las referencias de la Sociedad Americana de Cáncer en un estudio de 1986 que refuta esas “terapias metabólicas”.
En ese momento, la ONG ya pedía “enfáticamente” que los pacientes con cáncer se abstuvieran de participar en esos tratamientos por falta de evidencia sobre su efectividad en humanos. Las primeras publicaciones de Manner sobre los experimentos para tratar el cáncer con amigdalina databan de apenas un año antes del libro, eran sobre ratones y no hacían análisis de posibles efectos secundarios. Además, las terapias combinaban otras técnicas, como inyectar enzimas gástricas alrededor de los tumores para que estos fueran “digeridos”, lo que también podía dañar tejidos sanos.
Otros autores mencionados por la Sociedad hicieron pruebas con laetril en humanos sin resultados satisfactorios. Por el contrario, encontraron que las personas presentaban síntomas de intoxicación por cianuro y niveles en sangre cercanos al límite letal. Lo más grave es que la institución incluso citaba reportes de muertes por envenenamiento con la pretendida medicina a finales de los 70.
Cuatro décadas más tarde, el mayor defensor de este tratamiento mortal es el autor de Un mundo sin cáncer, el otro libro que menciona el video. Se trata de G. Edward Griffin, quien no solo niega la existencia de la enfermedad sino también otras realidades científicamente probadas, como el VIH y el cambio climático. Hay otro texto con el mismo título en inglés, escrito por la radióloga Margaret Cuomo, pero su enfoque es hacia la prevención por medio de políticas públicas y hábitos saludables; nada tiene que ver con esta desinformación.
En contraste con el conspiracionista Griffin, el Consejo Americano de Ciencia y Salud se refiere al laetril hoy en día como una “curandería de la peor”. El profesor Ondo también advierte sobre sus “efectos secundarios muy nocivos”. Algunos de los que enlista la organización Cancer Research del Reino Unido son daños en el hígado y los nervios, falta de oxígeno en los tejidos, caída en la presión sanguínea, coma y eventual muerte por envenenamiento tras tomar el tratamiento por un mes.
La fundación también advierte que nadie puede vender el producto en Europa y recuerda la prohibición de la FDA en Estados Unidos. El Gobierno de Canadá también emitió una advertencia sobre la comercialización de productos riesgosos no autorizados por su contenido de amigdalina en 2016. Esta alerta fue retomada por el Instituto de Nacional de Vigilancia de Medicamentos y Alimentos (Invima) en Colombia.
La ONG británica también cita una revisión sistemática de literatura científica hecha en 2015, que concluyó que los supuestos beneficios del laetril “no están soportados actualmente por pruebas clínicas controladas”. Este paso es fundamental para la aprobación de medicamentos comerciales por parte de entidades como la FDA o el Invima. La alta toxicidad de este tratamiento le impide cumplir ese requisito.
Bajo la tutoría de la profesora Ana María Barragán, máster en Salud Pública, un grupo de estudiantes de la especialización en Epidemiología del Rosario está adelantando otra revisión actualizada sobre los alcances del tratamiento. Una de las integrantes, Sonia Milanés, reporta que los científicos “siguen estudiando la molécula, pero no hay más pruebas en humanos por el riesgo de intoxicación con cianuro”.
Por ejemplo, investigadores de la Universidad Goethe probaron en 2016 que la amigdalina bloquea el crecimiento de células cancerígenas de próstata. Hay estudios similares para cáncer cervical en China, de colon y de seno en Corea del Sur, entre otros. Pero todos son hechos en laboratorio, ninguno en personas. De hecho, para analizar los efectos del compuesto en humanos, la misma institución alemana recurrió a un estudio retrospectivo, o sea basado en datos antiguos, publicado en abril pasado. Nada de ensayos clínicos.
A pesar de la evidencia, internet ha conseguido promocionar y comercializar el laetril bajo la apariencia de suplementos vitamínicos, aprovechando vacíos legales en Estados Unidos, como lo narra un reportaje de 2017 en el portal Buzzfeed.
Uno de los grandes beneficiarios del negocio es John Richardson Jr., propietario de una tienda en línea de esos productos. No es casualidad, porque es el hijo homónimo de otro pionero de estos falsos tratamientos, que perdió su licencia médica por esa misma razón.
Los empaques muestran manzanas, almendras y albaricoques, entre otras fuentes naturales de amigdalina.
El historiador australiano Peter Macinnis cuenta, en su libro Poisons (Venenos, Arcade, 2005), que la primera descripción de envenenamiento con un extracto vegetal productor de cianuro de hidrógeno data de 1679; en esa ocasión, las almendras fueron la fuente. Sin embargo, el compuesto solo fue aislado por el químico sueco Carl Wilhelm Scheele más de un siglo después, a partir del colorante azul prusiano. Desde entonces, es clara la relación entre algunas plantas y esa toxina.
Las manzanas y albaricoques que aparecen en las etiquetas de laetril, entre otras 1.500 especies, comparten esa característica, informan la doctora en Botánica Jane H. Bock y el endocrinólogo David O. Norris en Forensic Plant Science (Ciencia forense de las plantas, Elsevier, 2016). Así, sus semillas están protegidas de pequeños depredadores que las dañan, en especial de los insectos en tiempos de sequía. En cambio, la dosis que contienen estas pepas no les hace daño a los animales más grandes, que ayudan a la reproducción de la planta al esparcirlas tras comerse la pulpa.
Entre tanto, el Manual de plantas venenosas y perjudiciales del Jardín Botánico de Nueva York (Springer, 2007) asegura que solo se ha conocido un caso de un adulto envenenado porque se comió una taza de semillas de manzana. Contrario a las frutas y sus pepas, el laetril le da a la persona el extracto listo para intoxicarse y le hace creer que es para curarse de una enfermedad.
“Natural no significa seguro”, sentencia el Instituto Nacional de Cáncer del Departamento de Salud estadounidense. Las medicinas complementarias y alternativas, en general, incluyendo las basadas en productos vegetales y vitaminas reales, requieren supervisión médica porque pueden tener efectos adversos en el tratamiento. La entidad también insiste en que es un mito que los productos herbales puedan curar el cáncer.
El doctor Arboleda aclara que muchos medicamentos son derivados de la botánica. Un ejemplo famoso es la aspirina, cuyo principio activo fue descubierto en una especie de sauce utilizada por siglos para tratar la fiebre y el dolor. También hay medicinas contra el cáncer desarrolladas a partir de plantas y, acorde con el profesor de la Nacional, se siguen investigando. El problema, dice él, es presentar un solo producto “como la panacea”, porque con estas enfermedades no se puede generalizar.
La verdad es que ni siquiera el escorbuto se cura tan fácil como el laetril promete sanar el cáncer.
Aunque sí es el producto de una falta prolongada de vitamina C, el escorbuto también es una enfermedad “clásica y seria”, en términos de la FAO. Comienza con cansancio y debilidad e inflamación de las encías, que empiezan a sangrar con facilidad. Luego se manifiesta en hemorragias en la piel y sangrados por la nariz, en la orina y las heces. Después viene la anemia y, finalmente, la muerte si no se trata a tiempo.
Cuenta la historia, en el Cuaderno de Cultura Científica de la Universidad del País Vasco, que los más afectados en los siglos XV y XVI eran los marineros en sus viajes de varios meses. Esto los llevó a probar toda clase de remedios hasta que el médico escocés James Lind descubrió, con ensayos controlados en uno de esos recorridos, que los limones y las naranjas servían para prevenir la enfermedad.
Pero ni él ni quienes recomendaron otros tratamientos que habían fracasado antes tenían forma de saber que se debía a la vitamina C. Esta fue descubierta cuatro siglos después por el húngaro Albert Szent-Györyi, ganador del Nobel de Medicina en 1937.
Gracias a ellos, la FAO asegura hoy que el escorbuto es una enfermedad muy poco común, aunque reconoce que la población en campos de refugiados, cárceles y lugares afectados por hambrunas, entre otros grupos, sigue siendo vulnerable. Sobre todo en la infancia, cuando este mal se denomina enfermedad de Barlow.
El tratamiento actual, en todo caso, ya no es como el de Lind. “Debido al riesgo de muerte repentina, no es aconsejable tratar el escorbuto tan solo con una dieta rica en vitamina C. Es aconsejable más bien suministrar al enfermo 250 mg de ácido ascórbico por vía oral cuatro veces al día, así como darle una dieta a base de verduras y fruta fresca. Es necesario inyectar ácido ascórbico si hay vómito”, recomienda la agencia de la ONU.
La salud, en general, es muy compleja para jugar con ella. Las cadenas falsas de internet pueden ser mortales, como esta sobre el supuesto tratamiento “milagroso” con amigdalina, laetril o vitamina B17 para curar el cáncer.