El pasado 8 de septiembre, en la vereda La Cominera, en lo alto del municipio de Corinto, Cauca, apareció el cuerpo sin vida de Cecilia Coicué a unos 100 metros de su casa. Coicué, quien fue hallada bajando por la loma detrás de su humilde casa campesina, fue asesinada el día anterior. Salió de su casa a revisar por qué no llegaba agua. Según cuentan sus vecinos, en su cuerpo se contaban 22 puñaladas y en su garganta, una herida mostraba el intento por degollarla que no fue concluido.
El asesinato de Coicué trajo a la remota comunidad de La Cominera a un grupo especial de la Policía Judicial, al comandante de la Policía del Cauca, Édgar Rodríguez y a varios funcionarios de inteligencia de la Fuerza de Tarea Apolo de la Tercera División del Ejército. Tal despliegue de las autoridades tenía una razón particular. Este fue un crimen de interés nacional: Coicué era la dueña de El Vergel, la finca que el gobierno pensaba arrendar para ubicar uno de los siete campamentos (también llamados “puntos”) que, junto a 20 zonas veredales, albergarán a los miembros de las Farc durante seis meses, para facilitar su desmovilización, desarme y reintegración a la vida civil.
En La Cominera nadie sabe, o por lo menos nadie quiere decir, qué sucedió con Coicué. Por ahora la Fiscalía investiga si su muerte tuvo que ver con el proceso de paz, pero en la cabecera municipal de Corinto los habitantes tienen muchas teorías.
Coicué era una mujer comprometida con el cambio social en su región, prueba de ello su membresía dentro de varias organizaciones como la Asociación de Trabajadores Campesinos de la Zona de Reservas Campesinas del municipio de Corinto (Astrazonac), de la Federación Nacional Sindical Unitaria Agropecuaria (Fensuagro-CUT), del Proceso de Unidad Popular del suroccidente colombiano (Pupsoc) y de la Marcha Patriótica en el Cauca.
Por eso las teorías sobre su brutal asesinato son un abanico que va desde un crimen pasional hasta la venganza política.
En cualquier caso, la principal consecuencia es que los habitantes de La Cominera ya no saben qué les depara el futuro cercano. Desde el cabildo Nasa de Corinto les enviaron un informe sobre lo que significará el acuerdo de paz para ellos, pidiéndoles que votaran por el “Sí” en el plebiscito y advirtiéndoles que se prepararan para “resistir” todo lo que se pudiera venir con el asentamiento de un campamento de las Farc en su zona.
Pero desde el mismo cabildo les llegó el rumor de que, por el asesinato de Coicué, el gobierno estaba pensando cambiar el punto al vecino municipio de Miranda.
La Oficina del Alto Comisionado para La Paz le dijo a Colombiacheck que esa opción no estaba contemplada y que parecía imposible de realizarse. Las zonas y campamentos no pueden estar en resguardos indígenas y el lote en La Cominera fue escogido justamente por tener el espacio suficiente para albergar un campamento sin tener que usar tierras de un resguardo, algo que es casi imposible de encontrar entre los territorios indígenas de Miranda.
Pese a ello, ni en la vereda ni en el municipio hay certezas sobre qué exactamente es lo que pasará. Iván Márquez, el jefe negociador de las Farc, dijo la semana pasada en la X Conferencia de esa guerrilla que no se desmovilizarían hasta que no esté lista la Ley de Amnistía. El “Día D”, es decir, el día desde el que comienzan a contar los 180 días que tendrán los guerrilleros para entregar las armas, comenzó a correr desde el lunes con la firma final del acuerdo en La Habana. Pero hasta ahora no se han reportado movimientos de guerrilleros hacia esta zona.
Así que por ahora sólo hay incertidumbre en La Cominera, una comunidad de campesinos y de indígenas que ha vivido algunos de los peores horrores del conflicto con las Farc y que, tras el respiro que brindaron los diálogos en La Habana y el cese al fuego, está alerta y desconfiada por lo que pueda venir ahora.
El punto de La Cominera no está aislado y no fue elegido aleatoriamente. Además del campamento que está planeado en esta vereda de Corinto, el norte del Cauca tendrá dos zonas de concentración más, donde se desmovilizarán las Farc. Uno en Buenos Aires, municipio en la frontera con el Valle del Cauca, y otro en Caldono, hogar de seis resguardos indígenas.
Toda esta zona ha sufrido los embates de las Farc, en particular del Frente Sexto comandado por el “Sargento Pascuas”, durante muchos años. Este es un veterano miembro de esa agrupación subversiva que fue quien acompañó al legendario fundador, Manuel Marulanda Vélez, alias Tirofijo, cuando se tuvo que desplazar de Marquetalia al Cauca, exactamente a Jambaló.
Los habitantes de esta región disfrutaron el cese del fuego acordado en La Habana, unilateral primero y definitivo, después, aunque varios ataques recientes les han hecho recordar cómo es de duro y cruel el conflicto que han vivido por años carne propia.
Por ejemplo, en septiembre de 2014, el Frente Sexto de las Farc emboscó la caravana de un sepelio para poder atacar un puesto de control militar en Corinto. En abril de 2015 las Farc asesinaron a once soldados en la vereda La Esperanza en el municipio de Buenos Aires, enviando las conversaciones en Cuba a una de sus más duras crisis. En julio de ese mismo año, el Frente Sexto explotó varias bombas y disparó ráfagas de fusil para hostigar al Ejército en Corinto. Y en febrero de este año un campesino de La Cominera fue herido al golpear accidentalmente un artefacto explosivo abandonado por el Ejército mientras trabajaba en su finca.
Esta es una zona de conflicto, pero también de resistencia y de reconciliación. En 1984 el Consejo Regional Indígena del Cauca (Cric) inició lo que llamó la “liberación de la madre tierra”, un proceso de ocupación y lucha política con el que logró la tenencia de 40.000 hectáreas de tierras que aún hoy están en poder de los indígenas, la mayoría de ellas en el cabildo de López Adentro entre Corinto y Caloto.
En 1990, parte de la guerrilla del M-19 entregó las armas en el caserío Santo Domingo en el municipio de Tacueyó, también en el norte del Cauca. Y en 1991 la guerrilla indígena del Quintín Lame, conformada por jóvenes indígenas y que según versiones de los ‘mayores’, “nació como respuesta a la represión de la Fuerza Pública frente a la recuperación de sus tierras”, entregó sus armas en Pueblo Nuevo, uno de los resguardos indígenas de Caldono.
Quizás es por esta cercanía con lo peor del conflicto con las Farc que en la zona se siente un gran apoyo al “Sí” en el plebiscito. Las calles de las cabeceras municipales de Caloto y Corinto están decoradas en casi cada esquina con banderas y pendones promocionando la refrendación del acuerdo final y adornadas con el escudo de cada municipio.
La mayoría de habitantes también dicen apoyar el “Sí”, pero algunos tienen reservas.
La orden desde el Cric es salir a votar masivamente por el “Sí”, una indígena de la zona, que prefirió no ser nombrada para evitar problemas con el cabildo, le dijo a Colombiacheck que el suyo es un “Sí” reacio. Desde febrero de 2015 Nasa Acin (la Asociación de Cabildos Indígenas del Norte del Cauca, parte del Cric) está liderando un nuevo proceso de liberación de la madre tierra en esta zona del país.
Su preocupación, además de los cruentos enfrentamientos con el Esmad que han venido ocurriendo desde entonces, es que las tierras que se les prometen a los indígenas en los acuerdos de paz terminen siendo explotadas por compañías multinacionales y no en manos de los indígenas, como ha ocurrido ya con otras promesas del gobierno.
Subiendo hasta La Cominera se puede entender mejor por qué esta les parece una posibilidad tan real.
La carretera hasta La Cominera es una trocha que pasa por encima de riachuelos y que en momentos bordea un precipicio de más de 500 metros de altura. Quienes la recorren están separados del vacío por nada más que una cerca de madera y alambre de púas. Viejos jeeps y chivas de hace tres o cuatro décadas comparten los inexistentes carriles con las motos de los habitantes que bajan y suben del pueblo.
Desde este camino se divisa el hermoso valle que da el nombre al vecino departamento y que también ocupa parte del norte del Cauca: una planicie que parece interminable y que casi en su totalidad está plantada de cañaduzales. A lo lejos se ven las varias humaredas de las enormes quemas de caña que los ingenios usan para acelerar los procesos industriales del azúcar y de otros productos que vienen de la caña de azúcar.
La caña se ha tomado el norte del Cauca y a ambos lados desde la carretera entre Cali y Santander de Quilichao y entre Santander y Corinto, pasando por Caloto, se puede ver un mar verde, son kilómetros y kilómetros de este monocultivo. Incluso muchos de los indígenas con tierras en López Adentro cultivan caña de azúcar.
Pero en el alto de La Cominera el paisaje cambia radicalmente. Allí se pueden ver plantas de mora, lulo y café, rodeadas de cultivos de marihuana y coca de muchos lugareños que han decidido arriesgarse para poder tener mejores ingresos. Los cultivos ilegales están, además, adornados por luces eléctricas que ayudan al crecimiento las plantas de noche.
La casa de Coicué queda en el centro de la vereda, en una pequeña colina entre dos montañas, o “filos” como les llaman aquí. Antes de llegar a ella hay una cancha de fútbol, donde el Ejército estuvo estacionado hasta la semana pasada. Según Ferney y Hernán, dos indígenas de la zona que viven de cultivar café, cuando el Ejército baja hasta el pequeño pueblo no pueden trabajar. Los helicópteros no los dejan dormir y tienen miedo de salir de noche, pues saben que es probable que comience algún enfrentamiento con la guerrilla.
Antes del cese al fuego bilateral la guerrilla rutinariamente disparaba hacia el Batallón de Infantería No. 8 que está instalado en uno de los filos de la vereda. Muchas veces las balas perdidas entre ambos bandos terminaban impactando a habitantes de la zona. Uno de ellos, John, perdió el uso de su mano izquierda por una de esas balas. Aún hoy, ya un adulto, corre a esconderse apenas escucha uno de los helicópteros de la fuerza pública que han estado rondando la zona desde que se anunció que aquí estaría ubicado uno de los campamentos de las Farc.
Aunque las cosas han mejorado, todavía hay mucha preocupación sobre lo que pueda venir. Durante los enfrentamientos, que se recrudecieron desde el gobierno de Uribe y siguieron hasta hace tres años, tanto el Ejército como las Farc ocupaban las fincas y las casas de los habitantes por varias semanas y, además de ponerlos en medio de las balas, los dejaban sin poder trabajar.
Por el miedo de que algo así se repita, los indígenas del sector, que son unas 80 familias en La Cominera (o alrededor de la mitad de la vereda) decidieron poner un puesto de control a la entrada desde el lunes pasado. Allí, los hombres del cabildo toman turnos para vigilar quién entra y sale y operar una talanquera pintada con el verde y rojo de la Guardia Indígena
Aun así, hay un halo de esperanza. A la entrada de la vereda un aviso desteñido que anuncia la presencia de las “Farc-EP”, poco después se ve una gran bandera blanca con la leyenda “PAZ” que saluda a los visitantes. Es en este último en que se quiere concentrar Ferney.
Aunque dijo que, hasta la semana pasada, cuando les llegó el informe del cabildo sobre el plebiscito, ellos no sabían “con qué se comía eso”, ahora está convencido de votar por el sí: “Todo el que ha vivido la guerra va a votar Sí, todos queremos acabar esto, aquí nadie quiere revivir el horror por el que pasamos, sólo los ricos van a votar no".
Hernán, sin embargo, es más cauteloso. “No sabemos qué vaya a pasar con nosotros, ni qué vaya a pasar aquí si viene la guerrilla, no sabemos ni siquiera si viene la guerrilla. Lo único que podemos hacer por ahora es esperar al lunes y ahí ya sabremos qué vendrá”.