La espesa selva del Pacífico chocoano, sumada a la deficiente infraestructura y al abandono estatal dificultan el acceso a la telefonía móvil y a internet en la mayor parte de ese territorio. Las cifras muestran que solo el 2 % de los hogares en zonas rurales puede conectarse, y en la parte urbana solo el 24 % cuenta con este servicio. La baja conectividad hizo que la mayoría de niños, niñas y adolescentes no pudieran recibir educación virtual durante la pandemia, como ocurrió también en lugares como Tumaco, Nariño.
David Córdoba es profesor de un colegio en Quibdó, ubicado en una de las zonas más vulnerables del municipio, adonde han llegado varios de los alumnos desplazados por la violencia desde diferentes puntos del departamento. Córdoba dice que la pandemia aumentó las brechas entre la educación pública y la privada, debido a la imposibilidad de conectar a sus estudiantes en clases virtuales. “El papá o la mamá le dejaban el celular al niño, no se lo llevaban al trabajo y el niño hacía lo poco que podía hacer. La educación virtual fue un desafío en el que perdimos el año, porque nos podíamos conectar con unos, pero con la mayoría no”, lamenta Córdoba.
“Hasta ahora estamos empezando a ver la realidad de lo que pasa en el país, y es que todas las personas que no tenían acceso a internet y a computadores no pudieron ir a clase. Eran las personas más vulnerables”, dice Lina Torres, directora de proyectos de la organización Movilizatorio, un laboratorio de participación ciudadana e innovación social para Latinoamérica que ha trabajado en educación.
Según información del Ministerio de las TIC, en Colombia hay más de 60 millones de líneas móviles. Hay más teléfonos que personas. Pero la realidad en Chocó es otra. Docentes y líderes sociales manifiestan que muchos hogares solo tienen un celular para toda la familia. Esto, junto a la baja conectividad, dificulta el acceso de niños, niñas y jóvenes a la educación.
Para Carolina Botero, directora de la Fundación Karisma, una organización que trabaja en la promoción y garantía de los derechos humanos en el mundo digital, el factor económico se suma a las razones que afectaron la educación. Durante la pandemia muchos de los estudiantes solo podían acceder a los recursos virtuales desde un celular. “Si tú miras, ‘Colombia Aprende’ tenía un montón de recursos, pero no están pensados para acceder desde el celular. Entonces podías tener conectividad, pero si no tenías un computador tampoco podías acceder”, explica Botero.
‘Colombia Aprende’ es un portal educativo del Ministerio de Educación que lleva cerca de 17 años y ofrece recursos para mejorar la calidad educativa. Según datos del Dane y Saber 11, compartidos por el Laboratorio de Economía de la Educación (LEE) de la Pontificia Universidad Javeriana, en 2020, de 4.171 estudiantes de grado 11, de colegios privados y oficiales, solo 1.223 reportaron tener internet y computador. Menos de uno de cada tres estudiantes contaba con estas herramientas.
Educación desde las guías
Cifras presentadas el año pasado por el Laboratorio de Economía de la Educación (LEE), mostraban que “el 96 % de los municipios del país no tiene los recursos ni la cobertura para desarrollar cursos virtuales”. En este contexto las guías de aprendizaje con los contenidos de cada materia se convirtieron en la principal estrategia de enseñanza en Chocó. Los maestros se capacitaron por medio de la plataforma Zoom en la elaboración de estas guías. Sin embargo, no todos los docentes recibieron los talleres. Leandro*, quien pidió no ser identificado, es docente en la subregión del Bajo Atrato y asegura que no todos los profesores saben utilizar un computador, ni tampoco tienen acceso a uno.
Los profesores aseguraron que en algunas partes de Chocó llegaron computadores y tablets para los alumnos, pero no fueron suficientes y tampoco resolvía el problema de conectividad. Desde Movilizatorio, dice, Lina Torres, han podido entender cómo funciona el acceso a las tecnologías y a las redes en el país. También están desarrollando el proyecto ‘Digimente para la educación mediática’, que es la capacidad que tienen las personas para navegar en los ecosistemas de información. “En algunos casos llegaban las herramientas, pero no el conocimiento. Por ejemplo, les llegaban computadores a los profesores y no sabían manejarlos. Necesitamos educación para los estudiantes, pero también para los profesores”, dice.
“Yo me capacité en los programas que brinda el gobierno y me dieron mi computador, con el que he estado elaborando las guías. Pero yo soy la excepción; hace falta una mayor capacitación de los docentes”, asegura Leandro. Y explica que las guías las realizaban principalmente en las cabeceras municipales los profesores que tenían acceso a computador y se habían capacitado. Después las guías físicas eran enviadas a los estudiantes.
La movilidad en Chocó se hace a través de los ríos en pequeñas embarcaciones conocidas como ‘chalupas’. Durante el confinamiento estricto, que inició el 25 de marzo del 2020 y finalizó el 31 de agosto, las guías eran enviadas a los estudiantes junto con los víveres de abastecimiento que partían de las cabeceras municipales. “Nosotros las mandábamos con los líderes cuando venían a la cabecera municipal, porque era imposible contactarse con ellos”, cuenta Leandro.
Dependiendo de cuán alejada estaba la zona donde eran enviadas las guías, estas podían viajar durante unas horas o incluso un día entero. El profesor David Córdoba cuenta que en algunas ocasiones comunicarles a sus estudiantes que las guías ya habían sido enviadas y dónde debían recogerlas era un reto. Los llamaba a todos hasta poder contactar a uno que tuviera señal y le pedía que comunicara la información a sus compañeros vecinos.
Las comunidades indígenas fueron de las más afectadas por la lejanía de sus resguardos y la poca conectividad con la que cuentan. Camilo* es profesor en una comunidad en el Medio Atrato, y cuenta que el lugar más cercano para conseguir señal queda a cinco horas a pie de donde está ubicada la población. Movilizarse hasta este punto no es garantía de que se va a obtener comunicación, la señal es inestable, y si las condiciones climáticas no son favorables, es imposible obtenerla. Allí la educación virtual es impensable.
Cuando en las comunidades rurales había un docente se facilitaban las cosas, pues recibía las guías y las compartía con los estudiantes. También lograba resolver las inquietudes que quedaban. Por las medidas de aislamiento, algunos profesores utilizaban megáfonos o pedían prestados unos parlantes conocidos como ‘bocinas’, para dictar algunas clases desde la calle. Camilo cuenta que llegó un punto en el que los docentes de las comunidades indígenas debieron ir casa por casa dando instrucciones de las guías, aún durante los momentos de aislamiento estricto, cuando fue difícil de cumplir porque algunos temas necesitaban ser explicados.
Rosío González trabaja en el Centro de Investigación y Educación Popular (CINEP), organización aliada del Programa Nacional de Educación para la Paz (Educapaz), una iniciativa impulsada por organizaciones de la sociedad civil que investiga en varios municipios de Chocó. Ella asegura que los maestros debieron ingeniarse diferentes formas para tener contacto con sus estudiantes. “Una de las alternativas que vimos fue el uso de la radio, que fue fundamental para algunos profesores. Por ejemplo, el Consejo Comunitario Mayor de la Asociación Campesina Integral del Atrato (COCOMACIA) prestó su emisora comunitaria”, dice González.
Adith Bonilla, coordinadora territorial de la Comisión de la Verdad en Chocó, explica que en el departamento la radio ha sido importante para poder solventar la baja conectividad. “Siempre he dicho que en el Chocó estamos en el siglo XII, en el voz a voz. [Durante la pandemia] nos tocó grabar unas cápsulas y pasarlas a través de las radios comunitarias para que la gente supiera del trabajo de la Comisión, porque no había otros medios”, dice Bonilla.
Los docentes consultados para este reportaje aseguran que el acompañamiento familiar no existía, o era insuficiente. “En muchas familias el padre o la madre no sabía cómo explicarle al niño, o tenía que salir a trabajar y no lo podía hacer. Esto dificultaba más los procesos educativos”, cuenta González.
Las guías, recuerdan algunos maestros, eran devueltas por los estudiantes a través de sus correos, de Whatsapp o de manera física, dependiendo de sus posibilidades. Pero había casos en los que las guías no recibían retroalimentación porque no eran entregadas. “Uno las enviaba en la chalupa con la esperanza de que las resolvieran y que pudieran aprender. Pero uno sabía que muchas veces no iba a poder hacer el seguimiento; era imposible por las dificultades de conexión”, dice Leandro.
Chocó silenciado
Varios de los docentes prefirieron no aportar sus nombres en este reportaje. La situación de orden público –con el ELN y las Autodefensas Gaitanistas de Colombia (AGC) en disputas por el control territorial– que vive Chocó los obliga a cuidarse de lo que dicen. “Mejor no diga mi nombre. Después uno se mete en problemas y es mejor evitar”, asegura uno de ellos. Camilo, quien es docente indígena, agrega que muchos maestros se están moviendo constantemente en el territorio y que no es bueno usar su nombre real.
Incluso hablar por teléfono es peligroso. Un líder social del departamento asegura que las AGC los han amenazado por esto. “Nos dicen que nos tienen chuzados, que pilas con lo que andamos diciendo por ahí. Entonces la gente cada vez tiene más miedo de hablar”, cuenta.
“Hay un control total en el territorio, los ‘puntos’ [personas de civil que tienen las AGC al interior de las comunidades] controlan toda acción: lo que dicen, a dónde se mueven, lo que hacen, si hacen una reunión [...] Por esta misma desconfianza muchas veces los líderes se niegan a hablar incluso entre ellos mismos”, dice Adith Bonilla, de la Comisión de la Verdad.
También hay temas que prefieren omitir. Reconocen que los grupos armados y las bandas delincuenciales están reclutando a los jóvenes, pero no ahondan en la denuncia. La pandemia incluso invisibilizó las situaciones de conflicto, como denunció en junio del 2020 la Diócesis de Quibdó, junto a otras organizaciones en territorio. Entonces dijeron que el control y la violencia por parte de los grupos armados “siguen causando el mayor daño” a las comunidades. La situación no ha cambiado. Con la pandemia, dice Bonilla, los grupos armados tomaron mayor fuerza. “Porque las comunidades quedaron solas; las ONG no podían hacer sus visitas”, explica.
Las minas antipersonales también han puesto en riesgo la labor de los maestros. Varios debieron movilizarse por el territorio no solo con el miedo a contagiarse de covid-19, también con temor de quedar en medio de una confrontación armada o incluso caer en una mina. Un docente, que pidió el anonimato, asegura que tienen información de que a los alrededores de una de las escuelas en la zona rural hay minas que pueden poner en peligro a la comunidad educativa.
Durante el confinamiento por el covid varios docentes fueron amenazados. Líderes sociales confirman que al inicio de la pandemia algunos maestros que viajaban desde el casco urbano no alcanzaron a salir de las comunidades. En los territorios lograron grabar las confrontaciones armadas y los confinamientos que se presentaron en el Chocó. Después compartieron esto por diferentes medios. “Los profesores salieron amenazados, porque eso que se vio en las noticias no es nuevo, es lo que se vive a diario. Pero las comunidades no tenían celulares para grabar. Los profesores que no pudieron salir, grabaron. Y vea, de una los amenazaron”, asegura una lideresa.
Los docentes además perdieron contacto con algunos estudiantes. “Esto generó problemas de salud mental en algunos docentes, porque no sabían qué pasó con sus alumnos, si estaban bien, si algún grupo los había reclutado o incluso se habían ido a trabajar a alguna mina”, cuenta Rosío González, del CINEP. Sin la escuela como una institución presente en la vida de los niños, niñas y jóvenes, muchos quedaron a la deriva y vulnerables frente a propuestas de trabajo legal e ilegal. Los profesores confirman esta información, aunque prefieren no ampliar el tema.
En octubre de este año los estudiantes regresaron a las aulas. Leandro piensa que es importante volver a la presencialidad, pero dice que no cuentan con las condiciones para hacerlo. “En el colegio hay un solo baño habilitado para que entren los niños, las niñas y los maestros. Así es muy complicado”, dice.
La pandemia no solo impactó la salud de miles de colombianos en estos rincones alejados. También acentuó los rezagos de siempre, y amplió la brecha de desigualdad en temas decisivos como la educación. Pasará mucho tiempo antes de que estas trabas empiecen a evaluarse y a resolverse.
*Los nombres de estas fuentes fueron cambiados para proteger su identidad.