Inicié en este proyecto por cosas de Dios, como decimos en Venezuela, ya que crucé del Puente Internacional Simón Bolívar, de San Antonio del Táchira, a Villa del Rosario, en el Norte de Santander, en el año 2017. Provenía de los llanos venezolanos, a donde llegué como migrante colombiana cuando apenas era una niña.
Pensé que mi investidura de periodista se había quedado tirada en ese puente. Cuando migramos sentimos que nuestra historia empieza de cero, que tenemos un futuro incierto y que debemos estar dispuestos a olvidarnos de títulos, logros obtenidos o metas a desarrollar. También, que lo que importa de ahora en adelante es darle de comer a los chamos, ya que pasados los 40, para muchas empresas, dejamos nuestra edad productiva en la patria que nos vio salir.
Es una ventaja venir dispuesto mentalmente a los quehaceres domésticos como forma de ganarte la vida, más que en el ejercicio profesional. Es una medida de autocuidado de la salud mental, que a veces hacemos para que afecten menos los cambios al momento de asumirlos.
Al migrar no solo cruzamos fronteras territoriales sino también emocionales, es un estado de vulnerabilidad abismal, en el que te vas recuperando con el tiempo y con las relaciones que construyes dentro de la comunidad de acogida, si es que puedes tenerlas.
Cuando te estabilizas, vas fortaleciendo además tu capacidad de innovar. Así llegué a Cúcuta haciendo radio por experiencia y vendiendo zapatos por sobrevivencia, cuidé niños, ayudé en tareas dirigidas y me reinventé.
Mientras luchaba por vivir al día con los gastos familiares, trataba de apoyar a la población venezolana que ingresaba desorientada con o sin documentación. Para poder hacerlo, me actualizaba a diario con las informaciones sobre regularización. Atendí primero a amigos y ellos me refirieron a otros. Luego me tocó crear grupos en WhatsApp, por cierto, con un celular “vergatario” (tecnología hecha en revolución chavista), sin suficiente memoria.
Dos años después, llegué a Cali. Allí continué mi labor informativa con los migrantes de la zona de Bajo Aguacatal por vocación, convencida de que debía retribuirle a Venezuela el cobijo que un día nos dieron a los colombianos.
Esto lo hacía mientras limpiaba un espacio deportivo con sus baños públicos, en la Comuna 1 de la ciudad, donde nos permitían habitar sin pagar arriendo a cambio de estas labores que hacíamos en familia, lo que nos permitió lograr algunos ahorros y alimentarnos mejor.
Continuamente me hacía preguntas y escudriñaba en redes sociales. Se seguían incrementado el número de peticiones para las que había que buscar respuestas veraces, oportunidades y jornadas humanitarias para que las personas accedieran a beneficios; siempre tratando de evitar que fuesen víctimas de fraude o trata de personas, por lo que contactaba personal de instituciones, quienes me invitaban a talleres, mesas técnicas o conversatorios.
También escribí de forma colaborativa algunos artículos y reportajes para resaltar historias de valor y resiliencia de migrantes venezolanos, mostrando que la mayoría de los que migran no vienen a delinquir.
Esta es una preocupación constante en nuestra población porque así seamos más los que venimos a aportar, se tiene la tendencia a priorizar lo negativo. El miedo al rechazo nos persigue.
Así recogí de nuevo la investidura de periodista que creí que había dejado en el paso fronterizo, pero que siempre estuvo conmigo.
Luego de aplicar a diferentes vacantes de periodismo por más de cuatro años en Colombia, un día las alertas de trabajo me describieron en un perfil profesional que solicitaba un periodista que fuese especialista en migración venezolana para el proyecto Conectando Caminos por los Derechos.
Para esta labor quedé seleccionada en el mes de junio de 2021 y me sumé a un equipo de especialistas en verificación, dirigidos por el periodista venezolano Jeanfreddy Gutierrez, donde se generan productos que buscan contrarrestar la desinformación que se viraliza en redes sociales, pero además escudriñando en la que afecta a los venezolanos en Colombia.
Rastreo continuamente rumores, posteos, comentarios o debates en las diferentes plataformas sociales, unificando esfuerzos con los líderes migrantes que hacen vida en las principales ciudades del país.
Iniciamos conectando con gente maravillosa, con un liderazgo increíble, venezolanos que en su mayoría hacen labores humanitarias e informativas para sus paisanos. Ellos fueron informados sobre nuestro proyecto de verificación de desinformación sobre venezolanos y nuestra alianza con Laura Castillo, de El Bus TV Venezuela.
Laura es una periodista que ha sorteado el veto informativo en Caracas y otras ciudades desarrollando estrategias de comunicación que van desde un micro noticiero dentro de los buses hasta pegar periódicos murales (papelógrafos) dentro de los barrios.
Con el ejemplo y valentía de El Bus TV, replicamos la estrategia del papelógrafo en diversas ciudades colombianas como Medellín, Cali, Caquetá, Neiva e Isnos, en el departamento del Huila, y San Juan del Cesar, en La Guajira. Nuestras verificaciones también circulan como audioboletines en grupos organizados a lo largo del país.
Al desmentir desinformación, generamos unificación entre ambas poblaciones, además de promocionar tips y explicadores sobre regularización y beneficios sociales para personas sin acceso a tecnología.
La meta es conectar más caminos con estrategias que pongan la información al alcance de todos: foros, talleres y conversatorios públicos. Por ahora, los migrantes son los protagonistas y multiplican el mensaje. Para eso cuentan con un portal web de apoyo con las verificaciones más relevantes e información sobre cómo acceder a sus derechos.