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Cuestionable
Este artículo fue publicado originalmente por Salud con lupa, el 14 de Abril de 2020. Este contenido es reproducido aquí como parte de LatamChequea, una alianza de países latinoamericanos para combatir la desinformación al respecto del brote de coronavirus en el mundo.
Los vecinos de las colonias de Tegucigalpa más afectadas por el COVID-19 escuchan un zumbido que ya se ha vuelto familiar. Son las hélices de drones que sobrevuelan sus casas, fumigando plazas, calles y banquetas con una mezcla de agua y cloro. Su objetivo es prevenir la propagación del SARS-CoV-2, el nuevo coronavirus, en la capital hondureña.
Wendy Murillo también reconoce el ruido. Su casa, donde viven al menos cinco personas hipertensas y, por tanto, en mayor riesgo a enfermar gravemente, se encuentra cerca de un complejo deportivo que el gobierno ha transformado en refugio temporal para alojar casos sospechosos de COVID-19. En esa zona, los operativos de desinfección se han intensificado.
“Yo sí creo que son necesarios”, opina Murillo, viróloga de la Universidad Nacional Autónoma de Honduras. “Cualquier medida que nos ayude a contrarrestar este virus tiene que ser bienvenida y tenemos que utilizarla”.
Otros lo han hecho ya. China, por ejemplo, bombardeó la ciudad de Wuhan, el epicentro del brote de COVID-19, con desinfectante. Las imágenes de drones, camiones y personal de limpieza rociando cada rincón se replicaron en más ciudades conforme la pandemia avanzaba.
En América Latina, Tegucigalpa no ha sido la única en adoptar la desinfección de espacios públicos abiertos como parte de su estrategia para frenar el avance de casos de COVID-19. A ella se suman municipios y provincias de países como Perú, Ecuador, México y Bolivia. Pero algunos científicos advierten que no hay evidencia sólida de que esta estrategia ayude a prevenir nuevos casos de infección. Y que la desinfección debería enfocarse más bien en lugares cerrados, como hospitales, salas de emergencia, mercados, bancos o farmacias, donde es más probable que ocurran los contagios.
“La desinfección de espacios públicos –– solamente aventar sustancias químicas a la calle, a los parques –– no se ha probado que tenga ningún efecto para disminuir el contagio, para hacer menos grave la enfermedad, para evitar contraer el virus,” dice Thalía García Téllez, inmunóloga especializada en enfermedades infecciosas que trabaja como asesora independiente en París, Francia.
Algunas investigaciones recientes han tratado de responder cuánto tiempo sobrevive el SARS-CoV-2 cuando no está infectando a alguien.
Una de ellas, publicada en el Journal of Hospital Infection, analizó 22 estudios y encontró que coronavirus similares al SARS-CoV-2 –– como aquellos que causaron las enfermedades de SARS y MERS hace algunos años –– persisten en superficies duras como vidrio, metal o plástico varios días (en un caso, hasta nueve) aunque pueden ser eliminados con alcohol, agua oxigenada o hipoclorito de sodio, comúnmente llamado cloro. Pero todo esto depende de cuántos virus hay en el ambiente; si hay muchos, como en hospitales, durarán más tiempo. Lo más probable es que la cantidad sea mucho menor al aire libre, sobre todo en países donde la cuarentena ya ha obligado a mucha gente a quedarse en casa. El problema es que la ciencia todavía no ofrece una respuesta clara sobre el nuevo coronavirus.
La evidencia más cercana que tenemos por ahora viene de otro estudio del New England Journal of Medicine que observó cuánto tiempo permanecía activo SARS-CoV-2 fuera del cuerpo humano. Sus resultados sugieren que el virus dura entre dos a tres días en plástico y acero inoxidable. Y unas tres horas en el aire, aunque los autores reconocen que sus condiciones de estudio no reflejan la vida real. Pero sus hallazgos también indican que con cada hora que pasa los niveles del virus se reducen de forma dramática. Hasta ahora, ningún experimento ha evaluado otras superficies, como el asfalto.
El mensaje aquí es que la desinfección masiva de lugares abiertos “todavía no tiene un sustento científico como tal,” afirma Sara Sosa Delgado, viróloga del Instituto Politécnico Nacional en Ciudad de México. “No hay estudios suficientes o contundentes para hacerlo”.
Mal planeada, agrega, esta estrategia también puede causar daños innecesarios para la gente. Las sustancias que se utilizan para desinfectar comúnmente son tóxicas y deben emplearse en concentraciones bajas. En el caso del hipoclorito de sodio, sugiere la Organización Mundial de la Salud, es suficiente usar una solución de 0.1-0.5% contra el SARS-CoV-2. Pero si está muy por debajo de la concentración recomendada, “es absolutamente inútil”, dice García Tellez.
La fumigación de calles y avenidas en Quito también ha tomado por sorpresa a Daniel Simancas-Racines, médico epidemiólogo de la Universidad UTE. Ahora mismo, dice, las medidas más urgentes son distribuir mascarillas de manera masiva a la población, conseguir equipo de protección para el personal médico y dar apoyos económicos a las familias para que sobrevivan la cuarentena. No bañar la ciudad con desinfectante.
“Hay muchas estrategias más efectivas que gastar millones de dólares en la fumigación masiva,” dice Simancas-Racines. “Pero ahora ante la premura y la capacidad de este virus de infectar a mucha gente, se la ha adoptado.”
Aunque este tipo de desinfección usualmente complementa otras medidas, a García Téllez le preocupa que pueda generar una falsa sensación de seguridad en las personas. Su recomendación es sencilla: “Lávate las manos y mantente lejos de la gente. Eso es imprescindible. Eso es insustituible. Avienten o no avienten aerosoles al ambiente. Eso es lo que va a evitar la transmisión, independientemente de cuántas veces se hayan lavado los postes y las banquetas”.