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Falso

Domingo, 07 Febrero 2021

Ni el tapabocas hace sumisa a la gente ni es un invento árabe para someter mujeres

Por Karen Ortiz y José Felipe Sarmiento

No es cierto que cubrirse la nariz y la boca “quiebre” la individualidad de las personas. Tampoco lo es que esto haya sido “descubierto” por los árabes antiguos o tenga relación con los velos de algunas musulmanas.

Una cadena que circula por WhatsApp cita supuestos argumentos históricos, culturales y hasta psicológicos para promover el desuso del tapabocas: le atribuye consecuencias que hacen “sumisos” a quienes se lo ponen y lo compara con un estereotipo del velo islámico, al que le atribuye un origen vinculado a supuestas prácticas opresivas antiguas de los árabes.

Este texto se suma a una serie de desinformaciones que han surgido sobre las mascarillas en medio de la crisis generada por la pandemia de COVID-19. Por ejemplo, Colombiacheck ya ha desmentido teorías falsas de que estas prendas supuestamente causan desde hipoxia (falta de oxígeno) hasta neumonía. Ahora las acusan de provocar una supuesta pérdida de la identidad e independencia de las personas.

Este es el mensaje viral:

Hace 2.300 años, mucho antes del Islam, los árabes descubrieron que obligar a las personas a cubrirse la nariz y la boca, quebraba su voluntad e individualidad, y las despersonalizaba. Las volvía sumisas. Por eso impusieron a toda mujer el uso obligatorio de una tela sobre la cara.

Luego el Islam lo convirtió en el símbolo de sumisión de la mujer a Alah, al hombre dueño del Harem y al Rey.

La psicología moderna lo explica: sin rostro no existimos como seres independientes. El niño se mira al espejo entre los dos y tres años y se descubre como un ser independiente. A pocos animales les llama la atención un espejo; sólo los delfines o chimpancés, el resto sólo se individualiza por otros medios, por ejemplo su olfato.

Otra versión que ha circulado en Facebook también critica la frase “quédate en casa” con una serie de teorías de conspiración, como que así podrán “subir torres radiactivas sin que tú te enteres” y concluye que el interés de las recomendaciones o exigencias de tapabocas es diferente al de cuidar a la población. “No te quieren sano, te quieren esclavo”, asegura.

Publicación en Facebook que relaciona tapabocas con sumisión, los árabes y el islam

Sin embargo, lo que dice la cadena es falso. Desconoce la historia tanto del islam como de la cultura árabe, así como la verdadera ciencia detrás de los fundamentos psicológicos de la identidad y la individualidad de las personas.

Además, el uso de tapabocas es una medida útil para prevenir el contagio de COVID-19. Colombiacheck ya lo detalló en un chequeo del año pasado.

El virus causante de la enfermedad, llamado SARS-CoV-2, se contagia por medio de pequeñas gotas que expulsan las personas al respirar, hablar o toser. Por tanto, la mascarilla crea una barrera para que quien está infectado con el virus no lo disemine en el ambiente (la gran mayoría de los casos no presenta síntomas pero sí puede contagiar sin darse cuenta) y, en menor medida, protege de la transmisión a quien lo usa.

El mensaje ni siquiera menciona esos argumentos médicos. Desvía la discusión con base en una generalización sin sustento sobre los “árabes” del año 280 a. C., de quienes se sabe relativamente poco y por terceros.

Esa palabra era usada por los asirios, griegos y romanos para referirse a múltiples y muy diversas civilizaciones de Asia Occidental y el norte de África. Antes del siglo II a. C., la península Arábiga ni siquiera había sido bautizada así, como explica un texto del profesor Michael Macdonald, investigador de la Facultad de Estudios Orientales de Oxford, compilado por el historiador Marco Lauri en la Universidad de Macerata en Italia.

Mapa: pueblos de la península Arábiga en los primeros siglos a. C.

Nabateos y otros pueblos de la antigua península Arábiga. Tomado del documento de M. Lauri.

Tampoco está claro si los velos de Medio Oriente son un invento de estos árabes. En todo caso, lo que se conoce de la historia nada tiene que ver con lo que dice el texto viral.

Moda y fe en el desierto

Según un artículo de la historiadora de la moda Heather Akou, profesora de la Universidad de Indiana, el nicab (un velo que tapa un área del rostro similar al tapabocas) surgió como “una solución práctica al problema de vivir en el desierto” y los hombres tenían otras prendas para protegerse de la arena. La edición árabe de la revista Vogue le atribuye la misma función originaria a la batula, una máscara de tela o cuero que usan algunas mujeres sobre todo en Omán.

En principio, los velos eran incluso un símbolo de estatus. “Las mujeres ricas podían costearse un velo que les cubriera completamente el cuerpo, mientras que las pobres que tenían que trabajar [en el campo] modificaban sus velos o no usaban ninguno”, detalla un escrito académico de la socióloga experta en estudios de género Caitlin Killian, profesora de la Universidad de Drew, citado en una nota del portal educativo Facing History And Ourselves.

La directora y cofundadora del Instituto Halal Iberoamericano y el Centro de Altos Estudios Islámicos, Fanny Ochoa, destaca la importancia de tener en cuenta ese entorno antes de hablar sobre la evolución de los velos a lo largo de la historia. Igual que la periodista feminista musulmana Mariana Camejo y el director del Departamento de Historia de la Universidad Sergio Arboleda, José Ángel Hernández, recuerda que esto trascendió a varias religiones.

Imágenes de la Virgen María a lo largo de la historia.

‘La Virgen velada’ de G. Strazza (s. XIX), ‘Nuestra Señora de Vladimir’ (s. XI o XII) y ‘Salus Populi Romani’ (s. IV o antes).

Las representaciones artísticas de María, la madre de Jesús de Nazaret, suelen llevar el velo de judía casada que inspiró el de muchas monjas. Ella no solo es exaltada en la Biblia sino también en el Corán (3:42, por ejemplo).

“En Occidente pensamos que los musulmanes son bárbaros por cubrir a sus mujeres y mantenerlas enclaustradas en casa, ignorando, por supuesto, las tradiciones comunes cristianas, judías y musulmanas sobre el uso de velos, que resultaron del contexto cultural compartido en el Medio Oriente”, plantea un ensayo de Elizabeth Morgan, excoordinadora de iniciativas internacionales en la Escuela de Artes y Ciencias de Eastern University en Pensilvania.

Así, las católicas debían cubrir su cabeza en misa hasta la segunda mitad del siglo XX y distintas variantes de esa tradición persisten en la iglesia ortodoxa, algunas evangélicas y las eucaristías lefebvristas, con diferentes interpretaciones de una carta del evangelizador Pablo de Tarso (1 Co 11:2-16). Las musulmanas y sus tradiciones también son muy diversas.

El islam, más allá de Arabia

“No se puede generalizar el islam con el mundo árabe. No quiere decir que todos los árabes son musulmanes o todos los musulmanes son árabes. No es lo mismo árabe, que se refiere a una raza, que islámico, que se refiere a una religión”, aclara Marlon Cantillo, fundador y director de la Casa Cultural Islámica Ahlul Bayt.

Desde que el profeta Mahoma fundó el islam a principios del siglo VII en el occidente de la actual Arabia Saudita, su fe se ha extendido a todos los continentes. Los datos del proyecto Global Religious Futures del Pew Research Center registran 54 países donde al menos un tercio de la población es musulmana; la mayoría (32) no es árabe.

Mapa: proporción de población musulmana por países.

Irán es persa. Afganistán tiene una compleja composición étnica, donde los pastunes y los tayikos son los grupos más numerosos. Sahara Occidental es habitado por los saharawis, de raíces bereberes y negras mezcladas con las árabes. Los tres son 99 por ciento islámicos. Maldivas, Níger, Turquía y varios más en el centro, sur y sudeste de Asia, África Subsahariana y los Balcanes son casos similares.

Mapa: cantidad de personas musulmanas por país.

De los cinco países con más fieles a Alá, ninguno es árabe. El primero es Indonesia, donde son casi 230 millones de personas. Le sigue India con 213 millones. Luego están Pakistán, Bangladesh y Nigeria. Juntos, suman casi la mitad de los 1.907 millones de musulmanes que hay en el planeta.

En consecuencia, el islam ha entrado en contacto con una gran cantidad de culturas a lo largo de sus 14 siglos de existencia. El papel de las mujeres y el significado de su velo han hecho parte de sus debates y su transformación desde el principio.

De Fátima al siglo XXI

La expansión del islam trajo consigo cambios culturales para las mujeres. “Antes del islam, era una vergüenza que una mujer naciera porque era perder la prolongación de los apellidos y la casta. El islam como religión llegó a reformar muchos de estos preceptos y costumbres”, explica Cantillo, de la casa Ahlul Bayt.

El director del centro cultural asegura que, en los comienzos de la religión, usar el nicab no era considerado una muestra de sometimiento ni de esclavitud. En sus palabras, las mujeres que daban discursos ante un público decidían usarlo para que “su mensaje no se viera opacado” en ese ámbito social y político compartido con hombres.

En el Corán (7:26-27, por ejemplo), el pudor en el vestir se exige para cualquier fiel. “También es para los hombres pero nadie habla del turbante o la jata. Algunos solo se dejan los ojos descubiertos”, reclama Ochoa, del Halal.

El libro les pide a las mujeres que “no muestren sus atractivos” y que, igual que los hombres, “guarden sus partes privadas” (24:30-31) sin referirse al rostro. El aleya 59 de la sura 33 agrega que se deben cubrir “desde arriba con sus vestidos” como un símbolo de identidad y para protegerse de “ofensas”. Otra traducción dice “ponerse alguna de su ropa externa” y una versión conservadora alude al uso de un “manto”, pero la cita no especifica nada sobre la cara.

Para el historiador Hernández, “no hay ninguna referencia en el Corán en la que se obligue a la mujer a taparse”. Camejo, directora de la revista cubana Con/texto, argumenta además que la interpretación del libro sagrado “no es inamovible en el tiempo”.

La tradición, en todo caso, está más relacionada con las enseñanzas de Fátima az-Zahra, la cuarta hija de Mahoma. Una anécdota narrada por el historiador Ibn al-Maghazili en el siglo XI cuenta que ella utilizaba velo incluso delante de hombres ciegos y una de sus frase célebres indica que “lo mejor para una mujer es no ver hombres ni ser vista por ellos”.

Algunas interpretaciones, como la del imán Mansour Legahei, lo ven como una recomendación que va más allá de la obligación general de cubrirse. Otros lo consideran un mandato que debe cumplirse al pie de la letra y “lamentablemente extendieron la idea de que hay vestuarios correctos para ser una buena mujer musulmana”, expone Ochoa.

Hernández dice que “se ha hecho costumbre que una buena mujer islámica debe ser recatada y por eso debe ir cubierta”, pero hay matices. Se ve más en unos países que en otros y “depende también de la familia y el contexto”, añade.

Ocha hace énfasis en que “cada sociedad ha creado su concepto de recato”. En esto coincide con Camejo y la profesora Killian, quien afirma en su artículo que “los numerosos estilos de vestimenta islámica alrededor del mundo hoy reflejan tradiciones locales y diferentes interpretaciones de los requerimientos islámicos”.

En consecuencia, hay muchos tipos diferentes de vestimentas islámicas femeninas en general y de hiyab en particular. Los revestimientos del rostro son minoritarios y se concentran casi del todo en Medio Oriente. En palabras de la profesora Akou, “son una curiosidad” por fuera de esa región.

Algunos tipos de hiyab alrededor del mundo.

En varios países de mayoría musulmana “hay de todo y nadie se critica”, dice Ochoa. También afirma que las diferencias están atravesadas por la política y acusa a la cultura occidental de crear la idea de que “el enemigo es el que se tapa la cara”.

La socióloga Killian relató que los colonizadores europeos, para implantar sus propias costumbres en Asia y África, promovieron el desuso del velo de tal modo que este “se convirtió en un símbolo de identidad nacional y oposición a Occidente durante los movimientos independentistas y nacionalistas”. Para la historiadora Akou, este fenómeno se puede rastrear siglos atrás a través de corrientes fundamentalistas como el salafismo y el wahabismo y su visibilidad a finales del siglo XX se debió a la atención atraída hacia Arabia por el fortalecimiento de su industria petrolera.

Por supuesto, hay casos en los que estas ideologías derivaron en la imposición de ciertos tipos de velo y otras normas contra los derechos de las mujeres. Dos ejemplos son las leyes opresivas de Arabia Saudita y las reformas impulsadas por el ayatolá Ruholla Jomeini en Irán. También están las acciones de grupos armados como Al-Qaeda o el Daesh (mal llamado Estado Islámico).

Así, la burka se volvió famosa en Occidente por su uso obligatorio bajo el régimen que instauró la guerrilla Talibán en Afganistán (1996-2001), pero un documental de la directora Birshkay Ahmed sugiere que su verdadero origen es iraní. Una columna de Farida Khanam, profesora de la Universidad Jamia Millia Islamia en la India y doctora en Estudios Islámicos, también señala que la palabra existía desde la Persia preislámica. No es árabe ni era musulmana.

De nuevo, el panorama es muy complejo como para reducirlo a una falsa generalización sobre árabes y musulmanes, como lo hace la cadena.

Identidad y sumisión a Alá

Ochoa reclama que “nadie les ha preguntado a las mujeres musulmanas” sobre el verdadero significado del hiyab. Por eso considera que ellas están en una posición incómoda entre las ideas de Occidente y los sabios reconocidos del islam, que casi siempre son hombres. Si de estos últimos han surgido lo que ella identifica como imposiciones patriarcales en algunas sociedades, del otro lado están los discursos coloniales todavía vigentes.

En ocasiones, “la retórica sobre la opresión de las mujeres musulmanas se convirtió en una herramienta en la que los actores políticos se basaron para darles legitimidad y fuerza moral a sus intervenciones en el mundo islámico, guiadas primordialmente por diferentes preocupaciones”. Esta fue una de las conclusiones de la historiadora Kelly Shannon, directora de la Iniciativa de Paz, Justicia y Derechos Humanos de la Universidad Atlántica de Florida, en su tesis doctoral sobre la política de Estados Unidos frente a casos como el de Arabia Saudita e Irán.

“Sería deshonesto decir que el machismo no existe en Medio Oriente, pero eso tiene que ver con una cultura y un desarrollo, una idiosincrasia que es anterior a Mahoma”, dice Camejo y recuerda, igual que la activista Wadia N-Duhni en una entrevista, que el islam del siglo VII les dio a las mujeres derechos como el divorcio, la herencia e incluso el aborto en los primeros 40 días de gestación. Por eso, para ella, el problema no es el islam sino el sistema patriarcal, porque esta religión “no dice por ninguna parte que tú tengas que someterte a un hombre”.

La escritora experta en género Brigitte Vasallo, docente de la Universidad Autónoma de Barcelona, le dijo a un diario español que la prohibición del velo en algunos países europeos y africanos “viene de la misma concepción” que su obligatoriedad en algunos de Medio Oriente: la creencia de que las mujeres no pueden decidir por sí mismas. De modo que la reivindicación del feminismo islámico frente al hiyab apunta al derecho de cada una a elegir cómo llevarlo (incluyendo la posibilidad de no usar velo).

Desde el punto de vista de Camejo, el hiyab consiste en “declarar un sentido de identidad y de pertenencia, pero también tener una relación mucho más cercana con Dios”. Lo compara con otras formas de exteriorizar la fe en diferentes religiones, como los dijes en forma de cruz cristiana. Si expresa sumisión, es solamente a Alá como único dios, que es el verdadero pilar máximo de la fe musulmana.

Al recordar el origen de la prenda asociado a la vida en el desierto, Ochoa incluso hace una analogía futurista con el tapabocas: “Si queda instituido [su uso cotidiano], ¿qué pasará en tres generaciones, cuando ya no nos acordemos de dónde salió? De pronto va a quedar la costumbre de no contaminar al otro con la saliva porque eso es ser irrespetuoso”.

En caso de que así sea, contrario a lo que pretende mostrar la cadena, la psicología tampoco apoya la teoría conspirativa sobre el quiebre de la individualidad que destruye la voluntad.

La ciencia del rostro cubierto

“No hay ninguna evidencia científica que asocie el uso del tapabocas con ser más sumiso”, asegura la psicóloga clínica Haidy Sánchez Mattsson, investigadora en salud mental y trastornos del neurodesarrollo. Aunque puede afectar algunos aspectos de las interacciones sociales, como el reconocimiento facial y la comunicación no verbal, esto es muy distinto a lo que afirma la cadena sobre los efectos sobre la individualidad.

El texto viral se refiere a un fenómeno complejo sobre el que todavía hay grandes vacíos en la investigación desde áreas como la neurología y la psicología. Sin embargo, una de las cosas que están claras en la evidencia científica es que la autoconciencia tiene múltiples componentes, como concluyó una revisión de literatura publicada en 2019 por 16 autores adscritos a una docena de instituciones en Francia, Italia, Alemania e Irán.

El reconocimiento de la imagen propia es uno de ellos, pero también intervienen la percepción y las acciones del cuerpo que no solo dependen de la vista e incluyen la interacción con otras personas. Estos desarrollos se dan por etapas que empiezan a través del lenguaje no verbal desde la lactancia (cuando los bebés imitan la sonrisa, por ejemplo).

Más adelante, a los 18 meses, “es más difícil dejar a los niños en la guardería porque empiezan a entender lo que es el adiós”, explica Sánchez. A los dos años, ya buscan sus espacios con cierta independencia para hacer algunas actividades; “muchas veces le protestan a uno y son los primeros intentos que hacen para marcar su individualidad”, continúa la especialista. Luego empiezan a formar su capacidad de empatía.

Todo esto tiene que ver con el aprendizaje de comportamientos sociales y del lenguaje, que se dan por imitación. Esta forma de interacción con los demás está relacionada con un sistema de “neuronas espejo” que se activan al ejecutar una acción y al ver a otro haciéndola.

El ocultamiento de expresiones faciales podría afectar sobre todo esas primeras etapas de la infancia en las que los niños imitan muchas cosas de las personas adultas a su alrededor. Sin embargo, Sánchez explica que esto depende mucho de los procesos de apego que se dan en ámbitos privados, donde los padres poco o nada usan tapabocas. Estos espacios incluso han aumentado con el aislamiento, debido a los cierres de jardines y guarderías.

El reconocimiento del reflejo surge entre los dos y tres años, pero también depende de todas esas experiencias previas con las otras personas. En 2017, un experimento de la Escuela Médica de Harvard con macacos mostró que el desarrollo temprano de las áreas cerebrales que se encargan del reconocimiento facial requería que los primates vieran otras caras. Es una cuestión de práctica, según le dijo a BBC una coautora del trabajo, la neuropsicóloga Margaret Livingston.

La mascarilla disminuye la capacidad de identificar rostros al dificultar su percepción como un todo, pero no la elimina. Incluso en condiciones normales, unas personas se fijan más en ciertas partes que otras; a muchas les basta con ver el área de los ojos. Esto fue lo que hallaron, a raíz del uso masivo de tapabocas por la pandemia, una investigación de la Universidad de Stirling en Escocia y otra similar de las de York en Canadá y Ben-Gurión en Israel.

También hay más formas de reconocer a las personas. Por ejemplo, un estudio reciente de los doctores María Tsantani y Richard Cook, ambos profesores de la Universidad Birkbeck de Londres, encontró que las personas con prosopagnosia (una discapacidad que impide reconocer caras) sí pueden identificar voces.

La información del Instituto Nacional de Trastornos Neurológicos y Accidentes Cerebrovasculares de Estados Unidos y otras fuentes también indican que quienes tienen esta “ceguera a los rostros” acuden a estrategias deductivas para distinguir a las personas por su forma de vestir o caminar, rasgos específicos (color de piel o pelo) u otros atributos particulares (lunares o tatuajes). Aunque no siempre es efectivo, hay pacientes a quienes les funciona tan bien que no se dan cuenta de su dificultad.

Y sí, aunque el olfato es más importante en otras especies, existe evidencia de que este sentido también puede contribuir al reconocimiento entre humanos. El olor es “como una huella digital”, le dijo el neuropsicólogo Johan Lundström, investigador del Instituto Karolinska en Suecia, a la periodista científica Marta Zaraska para un reportaje al respecto.

En cuanto a la comunicación, Sánchez advierte que las mascarillas pueden causarles problemas a quienes están en ciertos puntos del espectro del autismo, porque se basan en aspectos muy específicos de la cara para entender a los demás. También a las personas sordas que dependen de la lectura de labios, como lo advirtió el director del Centro de Audiología y Sordera de Manchester, David Munro, en un artículo de abril de 2020 con base en una investigación de 2017.

Más allá de estas situaciones excepcionales, la población adulta tiene la capacidad de adaptarse al contexto. El psicólogo Claus-Christian Carbon, profesor de la Universidad de Bamberg en Alemania, hizo un estudio publicado en septiembre en el que comprobó que los tapabocas crean una gran dificultad para identificar emociones a través de expresiones faciales. No obstante, escribió que estas “no son nuestra única fuente de información” y que se puede recurrir al lenguaje corporal, la voz y la comunicación verbal para hacer inferencias.

Sobre la última, el lingüista Dominic Watt, docente de la Universidad de York, había escrito en julio de 2020 que sigue siendo comprensible con el rostro parcialmente cubierto. Esto fue lo que determinaron su colega Natalie Fecher y él en un estudio de 2013.

Además, en ambos casos (verbal y no verbal) se menciona que la evidencia apunta en el mismo sentido para diferentes tipos de prendas que cubren la cara, incluido el nicab. De hecho, en 2017 una investigación de la doctora Mariska Kret, líder del laboratorio de Psicología Comparada y Neurociencia Afectiva de la Universidad de Leiden en Países Bajos, dio indicios de que puede haber sesgos frente a rostros cubiertos por este tipo velo o por turbantes, pero estarían relacionados con los prejuicios negativos sobre el islam en los observadores.

Así queda demostrado que la cadena no solo es dañina para la salud pública sino que también promueve la islamofobia.

Desinformación peligrosa

Para el profesor Hernández, este tipo de cadenas generan actos discriminatorios frente a las costumbres del islam. “Esto evidentemente tiene una cuestión política. No me refiero a partidos políticos sino a una reivindicación para justificar algunas acusaciones que se le atribuyen al islam en cuanto a la discriminación y represión de la mujer. Hablan de un contexto histórico en el que no hay ninguna referencia clara ni evidente”, concluye.

Por su parte, el jefe de Salud Pública de la Escuela de Medicina y Ciencias de la Salud de la Universidad del Rosario, Leonardo Briceño, advierte que estos mensajes son peligrosos porque inducen a que los contagios de COVID-19 aumenten. Asevera que “no hay nada científico” en su contenido y que “son muy riesgosos”. Sobre todo, llama la atención acerca del hecho de que el texto realmente no da argumentos para controvertir la utilidad del tapabocas frente a la pandemia.

Por tanto, se trata de una falsedad que mezcla prejuicios religiosos y racismo con argumentos que se alejan de la evidencia disponible en campos que van desde la historia de la moda hasta la neuropsicología.